Todos los
regalos que hemos recibido de la vida suponen también un deber: debemos
devolverlos al universo amigo.
Si no lo
compartimos, si lo dejamos encerrado en nuestra propia piel, el regalo pierde
su esencia que es estar en continuo nacimiento.
El amor,
que es el primer y principal regalo, no puede estar aprisionado entre rígidas
ideas o conductas dañinas.
La
belleza, otro regalo, que no se refiere a ser guapos, su significado en
sánscrito: “el lugar donde Dios brilla”, lo dice todo. La vida respira belleza
por todos sus poros, y cuando la sabemos ver, nuestro corazón da saltos.
La
bondad, semilla depositada en todos los corazones, es otro regalo para
compartir y hacer la vida más fácil. Belleza y bondad van unidas,
favoreciéndose mutuamente, trabajando la una para la otra, haciendo la vida
grande y hermosa.
La
confianza es otro de los regalos que llevamos puestos de fábrica. Este regalo
nos va quitando temores. Y cuando no tenemos miedo ya no somos violentos,
porque el miedo lleva a la agresión.
Cuando
nos damos cuenta o somos conscientes de todos los dones recibidos, nos surge de
modo natural el ser agradecidos.
Viviendo
una misma situación hay quien ve oportunidad y motivo para avanzar y quien ve
más de lo mismo. Depende de la atención amorosa que pongamos en todas las cosas.
Podemos y
debemos devolver los dones recibidos, no quedárnoslos en propiedad sino
compartirlos. Porque si yo solo busco mi propio bien es que no he entendido de
qué va esto de la vida, donde todo está tan relacionado que el otro soy yo
mismo y todos somos uno, un mismo cuerpo.
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