Hay un manantial de luz de donde
nace mi ser y al que apuntan mis anhelos.
Tenemos un problema cuando
pensamos y aseguramos que todo depende de nosotros, es decir que llevamos las
riendas de todo lo que nos sucede.
Tenemos una ceguera increíble cuando
no vemos la belleza y la perfección infinita, que es nuestra madre o nuestra
casa.
Sufrimos sequía viviendo en un
océano de aguas que no tiene orillas ni tiene fin.
Algo habrá que hacer para abrir
los ojos a esa realidad, a ese terreno. O mejor será dejar de hacer, dejar de
hacer planes y de esforzarnos y tan solo vivir lo que nos va llegando,
conscientes de nuestro ser sagrado y nuestro alumbramiento único.
Desprendernos de ansiedades, vivir
sabiéndonos amados.
Para ello, en primer lugar habrá
que aceptar los contratiempos naturales de la existencia, por ejemplo la
enfermedad, el deterioro, la muerte. Y ante aquellas cosas que no entendemos, tener
paciencia, con una actitud de apertura y confianza, recordando nuestro origen
divino, y el misterio de amor en el que vivimos.
Ese cambio de actitud hace que
veamos cómo todas las pequeñas casualidades que el universo teje están a favor
nuestro y como consecuencia brota en nosotros el agradecimiento.
Tener un corazón agradecido y
asombrado, ese es el principal gesto humano.
Y si somos agradecidos hay que
expresarlo con un “gracias”, porque no sirve la gratitud que no se expresa de
algún modo.
Como dice esa frase de W. Ward:
“Dios te ha dado un regalo de 86.400 segundos hoy. ¿Has utilizado uno para
decir gracias?”
Esta es una ocasión más para decir
“gracias”: por estar aquí, en este punto del camino, en esa duda, en ese
encuentro o en esa soledad.
Gracias.
1 comentario:
Como no, aquí y ahora decirte un GRACIAS más, por cuidarme a mi y a mi familia, a nuestra familia, por enseñarnos, por amarnos, por mecernos desde la sombra, por hacerlo todo fácil, por ser la mejor madre y persona.
GRACIAS.
TE QUIERO.
Publicar un comentario