Hay una preciosa oración de
Foucauld:
“Padre
mío,
me
abandono a ti,
haz
de mí lo que quieras.
Lo
que hagas de mí te lo agradezco,
estoy
dispuesto a todo,
lo
acepto todo,
con
tal que tu voluntad se haga en mí
y
en todas tus criaturas.
No
deseo nada más, Dios mío.”
Lo que significa esta oración es
un ideal a conseguir para mí. Es ese “hágase tu voluntad” que rezo a veces
rutinariamente, sin ver el alcance de su significado.
Abandonarme, dejar de poner en
primer lugar mis exigencias, mis gustos, mis vanidades, dejar mi superyó a un
lado para poder disfrutar plenamente de todo lo que la vida me enseña en el día
a día de las pequeñas cosas. Sé que es inalcanzable pero conviene poner metas
altas para llegar a dar minúsculos pasos.
No sé si estoy dispuesta a aceptarlo
todo con plenitud, con decisión y alegría, “haz de mí lo que quieras” es fácil
de decir pero complicado de vivir.
Un requisito básico para caminar
en este terreno es estar enamorado: de la vida, de la hierba verde y las
pequeñas piedras, del techo estrellado y los amaneceres de oro. Amar la alegría
que nos visita, la bondad que nos inunda. Bendecir cada parte de nuestro cuerpo
que posibilita que estemos vivos. Cada célula es una perfecta obra de
artesanía, cada respiración nos pone en contacto con el misterio.
Aunque no viva plenamente el
contenido de esta oración, sé que conviene que la repita una y otra vez, porque
lo que digo lo atraigo. Mis palabras tienen el poder de abrir mundos por
explorar, y de convocar a todas las energías para que me ayuden.
Repetiré las palabras de la
oración, me las grabaré en la mente y en el corazón y esperaré pacientemente
que vayan haciendo su efecto en mí.
Y todo lo que me suceda estará
bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario