Nos hemos acostumbrado a calificar
los sucesos como buenos o malos pero hay que aprender que hasta lo malo es
bueno, hasta lo caduco es perfecto, hasta de la crisis sale el milagro.
Decía Ummon: “Cada día es un buen
día”. Suceda lo que suceda, haya dicha o haya llanto, sol o lluvia.
Cada día es un regalo para
agradecer. Los que somos conscientes de eso, transmitamos la fuerza y la
serenidad necesarias para vivir, no desperdiciemos ocasiones, no dejemos
escapar abrazos.
Empezamos tareas, acabamos tareas
o las dejamos a medias. Ilusión en los proyectos, balances positivos o
negativos. Nuevos comienzos y mientras tanto la vida pasa de puntillas, casi
sin darnos cuenta. Nos hemos centrado exclusivamente en el hacer, pero no en el
sentir, respirar y agradecer.
Cada respiración nos trae la vida,
con el milagro cotidiano del oxígeno. No importa si estamos viviendo en
fracaso, cada momento es conexión con aquello que nos mantiene aquí. Por tanto,
cada segundo es de oro.
No es importante el éxito, sí la
consciencia de vivir. El éxito puede ser perjudicial si nos aparta de la
sencillez y simplicidad de cada momento vivido. En cambio, el fracaso puede ser
la puerta para encontrarnos a nosotros mismos y conectarnos con nuestros
sufrimientos y anhelos más profundos, esos que nos hacen ser personas de
verdad.
Llega un punto en nuestras vidas
en que sabemos lo que nos conviene, la teoría la tenemos más o menos clara. Nos
falta aplicarla convenientemente. Todos tenemos técnicas o métodos para
reencontrar la paz perdida: con relajación, pensamientos, también mirando hacia
el cielo que nos acompaña siempre.
Dice Federico Elorriaga en “La
música de lo cotidiano”: “Somos una bandada de pájaros, que revolotea,
enloquecida, dentro de una gran red, la red de las cosas cotidianas, apremiantes,
urgentes, estresantes.”
Nuestra faena diaria es
aquietarnos, redirigir miradas y abrir puertas para que la luz que nos habita
se mueva en libertad.
Y de este modo poder experimentar
que “cada día es un buen día.”
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