Dijo Krishnamurti en una de sus
conferencias: “¿Desean conocer mi secreto? No me importa lo que pueda suceder”.
Eso también se puede llamar: desasimiento, desapego.
Los grandes maestros nos abren
caminos, a veces inalcanzables pero nos indican la dirección que debemos
seguir.
Lo que nos pasa es que estamos
atados a todo, al pasado, a los deseos, al qué dirán, a los proyectos, a las
tradiciones y creencias. No somos libres.
Nos importa mucho lo que piensen
de nosotros, nos encontramos a menudo actuando con el comportamiento que otros
esperan, por eso tenemos tantas caras como grupos en los que estamos insertos.
Nuestras alas para volar no se
pueden desplegar porque tropiezan con muchos impedimentos, entre otros: los
orgullos y susceptibilidades, los rencores y enfados.
Y si nos sentimos maltratados y
humillados es que hemos caído en la trampa tendida por nosotros mismos porque
nadie puede ser humillado si no lo consiente él mismo.
La faena es nuestra: desprendernos
de todo lo que tenemos y lo que somos. Volar hasta la orilla del misterio
divino y desde allí contemplar nuestra vida con otra mirada. Desde ahí nos
importa mucho menos todo lo que pueda suceder porque sabemos que todo va a
estar bien, pase lo que pase. Eso nos da la tranquilidad que necesitamos para
vivir y saborear.
Es curioso saber que en la Biblia
se nos dice casi 400 veces: “No tengas miedo”. Ese no poder remontar el vuelo
ni vivir en plenitud tiene mucho que ver con nuestros miedos.
Actuamos movidos por
reconocimientos o por miedos, porque lo que piensan los demás nos ata.
Entre ese “no me importa lo que
pueda suceder” y estar angustiado absolutamente por todo, hay una distancia.
Son dos extremos.
Un extremo es un ideal a alcanzar,
el otro es una prisión de la que huir, porque en ella se malvive. Y no hay que
olvidar que en este caminar hacia la meta siempre tenemos todas las ayudas, hay
que aprender a verlas.
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