Una cosa es creer que lo sagrado
es una realidad y otra que actúa desde todo cuanto existe, también desde mi
misma persona. De tal modo que nada es profano, nada está al margen de esa
trascendencia.
Una cosa es creer en el Amor, la
Sabiduría y la Ternura infinita, y otra es saber que habita en mí, somos
inseparables, y mi débil cuerpo es su centro de operaciones.
Cambia la vida ver las cosas desde
dentro o desde fuera. Si las veo desde fuera, soy únicamente espectadora, que
tampoco está mal, pero no me siento involucrada en todo lo que pasa por mi
lado.
Si me siento dentro, no hay nada
ajeno ni separado, todo lo que existe está en mí: lo bueno y lo menos bueno,
también toda la fuerza del universo.
Yo también soy creadora,
transporto en mí la única luz que existe, y esto es tan real como que estoy
aquí y ahora.
Pero si todo lo dicho no me sirve
para atender y cuidar amorosamente a mi próximo, que es mi hermana y hermano,
entonces solo son palabras que se escriben y después se lleva el viento, porque
han quedado vacías de contenido.
Jesús nos repite incansablemente
que nos llevemos bien unos con otros: “ama”, nos dice. Es el mismo mensaje que
las madres y padres repetimos a nuestros hijos, que se lleven bien entre ellos.
Es un deseo de armonía, un anhelo de paz que nos hace realmente humanos.
En un espacio sagrado nací, en un
tiempo infinito. Si miro en mi interior y apago ruidos que distraen, ahí puedo
intuir a quien me da la vida y apuesta por mí. También puedo verlo en todas las
cosas y en el misterio de este breve tiempo que se me concede.
Si yo escribo esto y tú lo estás
leyendo, no es azar, necesitas escucharlo: eres vida sagrada.
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