Cuando sobre nuestras cabezas el
tiempo está nublado necesitamos saber que el cielo sigue estando ahí, aunque en
ese momento no lo veamos.
Con nuestra actitud y decisión
somos capaces de destapar cada día el cielo que llevamos dentro, porque siempre
tenemos las fuerzas que necesitamos para vivir. Ese cielo nos es esencial para
sentirnos bien.
Gracias a ese cielo podemos vivir
en profundidad y poner una mirada amable sobre nosotros
mismos y sobre todo lo que hacemos. Tratarnos con compasión, no echarnos la
culpa de todo lo que sucede, perdonar nuestros errores, agradecer las ayudas.
Todo esto nos hace más fácil el camino.
Los cielos nublados y los
despejados, al igual que las alegrías y las tristezas, están muy juntos, tanto
que de uno se pasa al otro, sin apenas darnos cuenta. Y todo hace falta.
Después de la tormenta se saborean
con más intensidad los matices, olores y colores recién estrenados. Siempre
después de la tempestad viene la calma. Y tras las lágrimas aparecen sonrisas.
Tengamos paciencia con los
momentos malos y con los asuntos que no podemos resolver. Como en el relato del
sembrador, da igual que estemos dormidos o despistados, la tierra produce por
sí misma, es decir, la misma vida irá poniendo las cosas en su lugar. Nosotros
solo mantenernos confiados y agradecidos, para disfrutar de los trozos de cielo
que se nos abren a nuestro paso, en forma de gestos de ternura y cercanía, y de
corazones amigos que nos salen al encuentro para decirnos que no estamos solos.
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