No hay mejor oración que amar, porque cuando
“tratas de amistad”, como dice Santa Teresa, con el Ser divino que es tu
esencia, no puedes estar enemistado con el mundo. Ese Ser es para nosotros la
misma vida, que tenemos que encarar con idéntico trato de amistad.
Para orar sacamos agua del pozo infinito que
tenemos en nosotros. Y así, bebemos y damos a beber en un mismo movimiento. Lo
que nos damos a nosotros damos al mundo, no existe la frontera de nuestra piel,
no hay separaciones artificiosas, ni divisiones de ningún tipo.
Nos llegan continuas invitaciones a la vida, a
la libertad y a la dicha. Solo con abrir esos otros ojos y oídos que todos
poseemos, nos llega una avalancha de bendiciones que estaban ahí esperando
nuestra complicidad. Pero siempre pensamos que aun falta algo para nuestra
realización personal, que aún no nos toca disfrutar plenamente, no nos llegamos
a creer que ya lo tengamos todo.
Si tratamos con respeto y ternura a las
personas, si agradecemos todo lo que está dentro de la vida, incluidos los momentos
no tan buenos, si vamos siempre con buena intención, qué mejor oración podemos
hacer.
Amar es la mejor oración, siempre es auténtica
y sincera, renovada y creativa, haciendo nuevo lo de cada día. No hay que
pensar palabras ni discursos. Nos lleva a la confianza o ausencia de temor, eso
es algo que vamos aprendiendo a lo largo de la vida, pausadamente, incluso a
veces con retrocesos.
También son oración la paz, la bondad y
generosidad porque son reflejos de una Presencia que nos está sosteniendo en la
existencia en este mismo instante y quiere que nos enteremos de que nos ama y que
vivamos con alegría.
Con todo esto, hacemos oración casi sin darnos
cuenta. Pero también es agradable ser conscientes de ese estar inmersos en una
Realidad amorosa, que siempre nos hace la vida más apasionante, porque la
miramos con profundidad y agradecimiento continuo.
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