Cuentan que
a un niño en el bautismo
le enseñaron lo sagrado.
le enseñaron lo sagrado.
Recibió una
caracola:
Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la
jaula de un pájaro preso:
Para que
aprendas a amar el aire.
Le dieron
una flor:
Para que
aprendas a amar la tierra.
Y también le
dieron una botellita cerrada:
No la abras nunca,
para que
aprendas a amar el misterio.
Esos son los dones que
recibimos con la existencia: el agua, el aire, la tierra, el misterio. De todo
eso estamos hechos, es nuestra materia sagrada.
El agua nos limpia, una
y otra vez actúa sobre nosotros y arranca suciedades incrustadas durante
siglos, es un agua hecha de espíritu, por eso es poderosa y eficaz. Y nos
sentimos atraídos por su pureza y su fuerza. Ese es el agua que nos lava y refresca
interiormente y nos renueva la ilusión para vivir.
Para amar el aire, es
otro regalo que viene con la vida, porque ese aire nos alimenta y en cada
respiración nos trae el oxígeno necesario para quitar las impurezas de la
sangre y hacernos sentir bien.
Para amar la tierra, que
es una realidad y también es un símbolo. Porque nosotros también somos tierra y
desde ahí contemplamos nuestro cielo, que no tiene materia, al que nos llevan
nuestros deseos, y podemos simbolizar como luz que nos alumbra. En nosotros
mismos se mezclan cielo y tierra.
Y la botella cerrada
como representación del misterio que nos acompaña, y al que nos sentimos
atraídos, aun sin entenderlo. Nos atrae porque es un espacio de ternura y paz,
que es lo que mejor le va a nuestro corazón.
Dice la Biblia: “Abre la
boca y come”. Comemos de todo lo sagrado que simboliza el agua, el aire, la
tierra y el misterio. Esos son nuestros alimentos verdaderos, los que nos dan
la fuerza que necesitamos y nos sostienen en nuestro peregrinaje.
Para amar en este
momento todo lo que es eterno, y me trasciende y da sentido. Para dar mi
bendición con gestos cotidianos y creativos a todo lo que ha sido creado para
mí, lo que el universo ha puesto a mi servicio.
No somos conscientes de
tanto don recibido, de tantas corrientes bienhechoras que nos dan el impulso
para vivir. Carecemos de una visión clara de la trascendencia y del infinito,
pero tenemos un corazón apasionado que nos empuja siempre a buscar y vivir con
plena consciencia. Para amar.
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