La oración requiere
estar a la escucha, hacer silencio de egoísmos, hacer callar a nuestro yo
acostumbrado a mandar y a creerse superior. La actitud y la calidad es esencial,
más que la cantidad, por supuesto.
También es importante
estar vigilantes y atentos, porque la oración no son solo los minutos en que yo
me aíslo y pronuncio unas palabras sino que la llevo conmigo a lo largo del día
y en todas las cosas que hago.
Atentos sobre todo para
no perder ninguna ocasión de dar gracias. Y aquí incluimos todo: agradecer la comida,
ducha caliente, agua en el grifo, techo sobre nuestras cabezas, amigo sol que
viene cada día para que podamos vivir, lluvia tan necesaria, así como la
sobreabundancia de cosas de las que disfrutamos y nunca agradecemos, incluidos
todos los objetos. No dar las cosas por hecho sino verlo todo como un auténtico
regalo que se nos da para que nuestra vida sea posible.
Vivir en continuo
agradecimiento nos da una plenitud gozosa que engancha y ya no la queremos
perder. Porque agradeciendo tocamos nuestra parte más íntima y humana.
Hacer una reverencia
ante este universo, esta naturaleza, esta vida que nos habita. Por tanta
belleza a la vista.
Eso es la oración, ir
recogiendo las huellas, las señales de una presencia amorosa que vive para
nosotros y se manifiesta a través de todo.
Esa es nuestra misión
diaria, sea cual sea nuestra ocupación o lo que estemos haciendo.
Entonces podremos
entonar el salmo 94: “Entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con
cantos. Venid, arrodillémonos delante del Señor, pues él nos hizo. Él es
nuestro Dios y nosotros somos su pueblo”.
Cuidemos ese diálogo
interior tan importante, que se va a traducir en una actitud de confianza y
seguimiento. Y se ve reflejado en todas las circunstancias de nuestra vida.
Gracias a esa oración
ponemos a punto nuestro radar personal para ser conscientes de todos los
detalles amorosos que la madre vida tiene con nosotros y para que no pasen
desapercibidas tantas bendiciones, tantos milagros.
Podemos decir que somos
seres poderosos, no por nosotros mismos sino por la buena energía que nos
levanta de la tierra y nos hace caminar y nos enseña a agradecer. Los grandes
santos son los que han experimentado esa fuerza y se ponen al servicio de ella.
Una buena calidad de
oración nos da otra manera de vivir.
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