Dice P. Tillich: “El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de
todo ser es Dios. La profundidad de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser,
de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna.
Quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido, quizás
incluso la misma palabra Dios”.
La profundidad es lo que somos en
esencia. Y nos lleva también a ser libres. Es en la superficie donde están las
ataduras, los condicionamientos, los altibajos, no en nuestra esencia infinita.
En qué nos fijamos cuando decimos que
una persona es profunda. En que piensa y siente hondo, desarrolla al máximo sus
capacidades, es solidaria, con los seres humanos y con todo el planeta, es
generosa porque sabe compartir los dones que ha recibido, piensa en los demás.
Cuando uno está atado a sus problemas
poco puede hacer por los demás ni por sí mismo.
Desde la libertad es desde donde damos
pequeños o grandes pasos hacia nuestra realidad o nuestra realización.
Profundidad es también ir limpiando
espacios internos para que nos llegue esa luz que ilumina y nos hace
alegrarnos.
Es muy difícil explicar estas cosas,
Santa Teresa lo intentó de esta manera: “Una luz que, sin ver luz, alumbra el
entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien”.
Son cosas, experiencias, inefables,
“in-hablables”. Sin palabras.
Caminar hacia esa profundidad personal
es nuestra única tarea, desde que nacemos, y sobre todo desde que somos
conscientes y nos maravillamos de existir. Porque lo importante no es ser esto
o lo otro, elegir una u otra profesión, poseer más o menos. Lo importante es
ser persona, en hondura, en bondad, en alegría. Persona que abraza la vida y
recorre con valentía y lucidez su propio camino, no el de los demás. Cuando
queremos dirigir la vida de otros, por ejemplo la de los hijos, siempre vamos
por caminos que no son nuestros. Nos empeñamos en querer evitar las
equivocaciones de los demás, pero ellos deben cometer sus propias
equivocaciones.
Profundidad significa también que todos
tendemos a realizarnos al máximo, en plenitud, somos seres que siempre están en
búsqueda.
El indicador más importante de que vamos
hacia esa hondura interior, lo tenemos en nosotros: si sentimos paz, ilusión y
alegría, si nos creemos receptores del regalo de la vida y vamos con confianza.
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