“El Hijo de Dios, en
su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”. (Evangelii Gaudium)
Hay expresiones afortunadas,
que nos tocan por dentro, esta es una de ellas: revolución de la ternura. Es el
arma más poderosa para cambiar los corazones y cultivar todo lo bueno que está
a nuestro alcance. La paz se propaga en el mundo con nuestros gestos de
ternura, con la alegría compartida, con el servicio, la compasión y el perdón.
Esa es la batalla que
tenemos que librar, en favor de nosotros mismos y de nuestros hermanos de toda
la tierra. No podemos estar al margen de la vida que nos rodea y nos sostiene,
hemos de cuidar al máximo nuestras relaciones, ahí demostramos lo que llevamos
en el corazón y lo que hemos aprendido. En ese contexto nos volcamos, de forma
voluntaria y también involuntaria.
No controlamos
conscientemente los latidos del corazón ni el funcionamiento de los pulmones.
Sí podemos controlar lo que metemos dentro: tanto la comida como las emociones
positivas o negativas.
Tenemos control sobre
nuestro cariño y podemos darlo en todo momento, a todo el mundo. Así de fácil
es.
Esa revolución fue la
que hizo Jesús, la del amor. Darlo a manos llenas, a todos, sobre todo a los
más necesitados y rechazados. Ese es nuestro camino a seguir.
A veces podremos
parecer insensatos, incluso iremos contracorriente y escucharemos palabras que
no nos gustan, pero estaremos siguiendo la voz interior que nos dice: ama.
Se trata de hacer una
elección, y una vez hecha, ponerse en camino, sabiendo que nos equivocaremos y
tropezaremos un montón de veces porque somos contradictorios por definición:
decimos una cosa y hacemos otra.
Pero después de cada
tropiezo nos levantaremos poniendo nuestro empeño en lo que nos hemos
propuesto, tener paz con nosotros mismos y con los que nos rodean.
Se necesita un punto
de locura para iniciar este camino, porque no es lo que se lleva, no está bien
visto, provoca risas, también suspicacias. No es entendido por quien no siente
lo mismo.
Nuestro objetivo es
caminar mirando siempre al cielo, es decir, no hacia las nubes sino hacia la
otra dimensión de la vida, la que nos sobrepasa, nos trasciende y no podemos
ver con los ojos. La que da el sentido a todo.
Y no hacer caso de
los impedimentos que nos van llegando. Contamos con la promesa del Señor: “Yo te llevaré a corrientes de agua por un
camino llano, donde no tropieces. Yo te he amado con amor eterno, por eso te
sigo tratando con bondad”. (Jeremías 31)
Dios es ternura.
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