“Dios está en los
acontecimientos de la vida diaria, empujándonos siempre suavemente hacia lo
mejor que podemos ser”.
Estamos inmersos en
él y hasta en el más mínimo detalle tenemos que estar seguros de ello y buscar
su presencia siempre, en todo.
Y cuando nos demos
cuenta de que está en todas nuestras situaciones, pues no estaría nada mal
iniciar un diálogo con él. Está esperándonos.
Se puede pensar: pero
es que hablar sola sin que nadie te conteste. Él ha creado un universo infinito
para que nos dé respuestas y también nos habla a través de las personas y de
los acontecimientos.
Todos los abrazos y
los mensajes de ánimo de nuestros seres queridos, son suyos. Toda la sabiduría
y la magia de la naturaleza de la que formamos parte, es suya. Toda la paz de
los corazones, es también suya.
Por todos lados nos
llegan sus respuestas: Una madre que nos acuna, una nieta que nos besa, un
marido que nos acompaña, una amiga que está a nuestro lado, un compañero de
trabajo que nos ayuda, una vecina que nos saluda amablemente.
Porque él ha tomado
nuestros cuerpos y actúa por medio de nosotros y está presente en nuestra
cotidianidad. En ese dolor, en esa alegría, en esa crisis y en ese encuentro.
Por eso, si
profundizo en mí misma, es en él en quien estoy profundizando. Si me ataco a mí
mismo, es a él a quien estoy atacando.
Pero hay quienes
piensan que lo trascendente está solo en las grandes experiencias o las grandes
apariciones, en lo que es extraordinario. De este modo se pasan la vida
ignorantes de que su Ser divino lo llevan puesto, no hay que ponerse a buscarlo
solamente en la cima de la montaña, o en las celebraciones especiales.
Es un viaje esta
vida, cuyo destino somos nosotros mismos. Somos un misterio de amor. Eso hay
que saberlo y saborearlo. Saber y sabor tienen la misma etimología.
Dicho así parece
bastante sencillo, lo que cuesta es vivirlo y ponerlo en práctica, entonces
vienen las complicaciones y los quebraderos de cabeza porque damos más
importancia a los añadidos superficiales que a la esencia, nos dejamos llevar
por arrebatos de ira o de euforia que no conducen a ninguna parte y nos hacen
distraernos de la paz del corazón que siempre está ahí, esperándonos.
Nuestro objetivo es
conquistar esa calma, esa profundidad gozosa que nos hace estar atentos y
tratar con respeto y ternura todo lo que nos llega.
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