“Deus
meus et omnia”. Estas palabras que
repetía San Francisco significan “mi Dios y mi todo”. Como dice L. Boff: “Dios viene mezclado con todas las cosas.
Abrazando las cosas, se abraza a Dios”.
Viene mezclado con las lágrimas y alegrías, con los proyectos y los planes, con la desesperación y la pena.
Porque se ha amasado con nosotros, se ha hecho una amalgama. Por eso todos
somos diamantes en bruto, la piedra preciosa la llevamos, hay que saberla
sacar. Y contamos con ayudas infinitas, con corrientes bienhechoras que nos
guían y nos impulsan a realizarnos.
También viene mezclado con los paisajes
y con las estrellas y hasta con los objetos porque todo tiene el alma y la
energía necesaria para existir.
Estamos formados por una masa humano-divina,
y como no sabemos dónde empieza un ingrediente u otro, mejor tratar todo como
divino, no nos vayamos a equivocar y tiremos a la basura del desprecio lo que
es más importante.
Creamos que todo es esencial. Decía
Eckhart que algo anda mal cuando vemos a Dios en el altar y no en el establo, o
en la alegría y no en el infortunio.
No podemos tener contacto con él si no
es a través de todo lo que sucede, sea lo que sea. Todo nos sirve para nuestra
formación.
En todos mis asuntos anda Dios detrás de
mí y dentro de ellos, enseñándome y dándome a conocer su amor y fidelidad.
Deus
meus et omnia significa que soy su
criatura amada y privilegiada por ocupar un lugar en su pensamiento y en su
corazón, y que mi existencia está amasada con la bondad y la belleza, que yo
tengo que rescatar continuamente para saborearla y transmitirla.
Cualquier contratiempo o tropiezo
también está dentro de la vida, cualquier cansancio o tristeza igualmente nos
sitúa en el Dios Padre y Madre amoroso.
Como he dicho, hay que rescatar o salvar
lo bueno, y ahí emplear nuestra fuerza, para darle un lugar preferente y que
sea nuestra tarea prioritaria, aquí y ahora. Y siempre.
Dichosos los que confían y aceptan, los
que no se sienten frustrados ante los inconvenientes que van llegando y las
cosas que no salen como tenían planeadas, los que tienen su mirada puesta en
ese lugar de encuentro íntimo con el misterio de su existencia y aprenden, día
a día, que todo es para bien.
Dichosos los que en todo ven a Dios y
pueden decir de verdad: “Deus meus et
omnia”.
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