“Qué hermoso será el
día en que cada ser humano comprenda que su profesión y su trabajo es sagrado,
que cada carpintero celebra su misa en su banco de carpintería, y cada
profesional en su trabajo está haciendo un oficio sacerdotal.
Porque eres un
sacerdote si trabajas con honradez, consagrando tu trabajo a Dios, y llevando
un mensaje de paz y de amor a los que te rodean”.
Son palabras del obispo Romero.
También decía que estaba en contra de una religión de misa dominical pero de
semanas injustas.
Con sus palabras proféticas nos
anuncia lo que nosotros experimentamos en nuestra intimidad, que nuestra vida
está consagrada desde el inicio de la creación, que el misterio nos impulsa y
sostiene en cada respiración y latido, en todo lo que hacemos y anhelamos.
Confieso públicamente que me gustaría
llegar a ser sacerdote. Sé que algún día lejano llegará a ser posible el
sacerdocio para la mujer, pero no se hará realidad para mí.
Pero yo me siento ya feliz con mi
deseo y con la certeza de que ese anhelo también es un regalo inmerecido.
Creo sinceramente que cumplo las
premisas que dice Romero de consagrar mi trabajo y mi vida a Dios, y de
sentirme mensajera de la paz y del amor.
Está claro que me mueve internamente
el tema divino, que me emociono en la búsqueda y me siento enamorada de la
vida.
En estos últimos años de mi vida me he
encontrado haciendo un trabajo sacerdotal, con mucha actividad de
concienciación y reflexión para mí y para los que me rodean. No he sido
consciente de la entrada en esta etapa, porque muchas veces en el aquí y el
ahora se nos escapa la trascendencia, pero echando la vista atrás lo veo muy
claro.
En lo íntimo ya me siento mujer
sacerdote, busco siempre ahondar en mi formación, en mi oración, leer, sentir,
beber de lo que otros ya han pasado y aprender de ellos. Y sobre todo he
recibido el encargo de transmitir luz, no por mis méritos sino por la misión
compartida que tenemos, todos alumbramos y a la vez somos alumbrados por otros.
Qué hermoso será el día en que todos
nos sintamos sacerdotes, bendecidos por nuestro Dios para ser personas
consagradas, que han sido enviadas al mundo para celebrar misa con su misma
vida, para ofrecer en el altar de su corazón los dones recibidos y comunicar ternura
y respeto a todo lo creado.
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