Estoy convencida de que la vida me teje
soluciones a escondidas, está a mi favor y me va poniendo a mano lo que me hace
falta, en todos los terrenos.
La casualidad no existe, existe una
voluntad infinita de amor, que va tejiendo las situaciones que a mí me hacen
falta y me las hace llegar como si fuera azar. Y me da cantidad de encuentros
afortunados, coincidencias asombrosas, piezas que encajan entre sí a la
perfección.
En mi mundo cambiante, todo evoluciona
hacia un horizonte soñado, en mi frágil materia se sienta la esperanza y la
alegría. Entonces siento la fuerza que emana de mí y he alcanzado mi meta.
El problema surge cuando me creo que las
cosas dependen enteramente de mí misma, cuando no siento la fascinación por el azul
cambiante que está sobre mi cabeza, ni por un universo inacabable ni por el
cielo que está en mi corazón. Cuando no me siento protegida y animada hasta el
infinito. En estas circunstancias, la ansiedad es la reina, y todo se vuelve
más difícil.
Cuentan que san Francisco cuando sus
amigos le preguntaban dónde tenían que ir a predicar, él les hacía dar vueltas
sobre sí mismos, y cuando paraban les decía que el camino que veían delante de ellos
es el que tenían que seguir. Porque no hay azar sino previsión hasta el mínimo
detalle.
Por eso, últimamente he empezado a
elegir el tema que voy a explicar en alguna reunión cantando una retahíla
infantil, ahora sé que el que salga es el que conviene.
La Sabiduría infinita ya conoce todo lo
que nos conviene pasar, lo que nos hace falta y es bueno para nuestro
aprendizaje. Y nos lo da. Siempre actúa. Gratuita y generosamente, sin que
tengamos que pedir ni rogarle nada, ni colaborar, ni ser conscientes siquiera.
A escondidas de nosotros, fuera de
nuestra miope visión se van entrecruzando los destinos, se programan los
encuentros o desencuentros y se alían los espíritus amigos para que nosotros
abramos nuestros ojos a la vida, y hagamos lo que hemos venido a hacer con lo
que nos ha tocado: disfrutar de nuestra mínima estancia en este maravilloso
planeta y ser personas humanas, a la vez que divinas.
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