miércoles, 9 de abril de 2014

A escondidas de nosotros


Estoy convencida de que la vida me teje soluciones a escondidas, está a mi favor y me va poniendo a mano lo que me hace falta, en todos los terrenos.

La casualidad no existe, existe una voluntad infinita de amor, que va tejiendo las situaciones que a mí me hacen falta y me las hace llegar como si fuera azar. Y me da cantidad de encuentros afortunados, coincidencias asombrosas, piezas que encajan entre sí a la perfección.

En mi mundo cambiante, todo evoluciona hacia un horizonte soñado, en mi frágil materia se sienta la esperanza y la alegría. Entonces siento la fuerza que emana de mí y he alcanzado mi meta.

El problema surge cuando me creo que las cosas dependen enteramente de mí misma, cuando no siento la fascinación por el azul cambiante que está sobre mi cabeza, ni por un universo inacabable ni por el cielo que está en mi corazón. Cuando no me siento protegida y animada hasta el infinito. En estas circunstancias, la ansiedad es la reina, y todo se vuelve más difícil.

Cuentan que san Francisco cuando sus amigos le preguntaban dónde tenían que ir a predicar, él les hacía dar vueltas sobre sí mismos, y cuando paraban les decía que el camino que veían delante de ellos es el que tenían que seguir. Porque no hay azar sino previsión hasta el mínimo detalle.

Por eso, últimamente he empezado a elegir el tema que voy a explicar en alguna reunión cantando una retahíla infantil, ahora sé que el que salga es el que conviene.

La Sabiduría infinita ya conoce todo lo que nos conviene pasar, lo que nos hace falta y es bueno para nuestro aprendizaje. Y nos lo da. Siempre actúa. Gratuita y generosamente, sin que tengamos que pedir ni rogarle nada, ni colaborar, ni ser conscientes siquiera.

A escondidas de nosotros, fuera de nuestra miope visión se van entrecruzando los destinos, se programan los encuentros o desencuentros y se alían los espíritus amigos para que nosotros abramos nuestros ojos a la vida, y hagamos lo que hemos venido a hacer con lo que nos ha tocado: disfrutar de nuestra mínima estancia en este maravilloso planeta y ser personas humanas, a la vez que divinas.

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