domingo, 6 de abril de 2014

Manteneos limpios


“Manteneos limpios los que transportáis los utensilios del Señor, él os protegerá por todas partes”. (Isaías 52, 11).

Todos transportamos los utensilios del Señor, todos viajamos con lo más sagrado en nuestra intimidad.

Se nos hace una recomendación para que nos demos cuenta de su protección: “manteneos limpios”. Y todos sabemos perfectamente cómo se hace eso, porque se nos ha dotado de una conciencia que nos dice cuándo van las cosas enderezadas y cuándo van por mal camino.

Al igual que hacemos con el aseo y el orden de los espacios donde vivimos, tenemos que hacer un trabajo constante sobre nosotros mismos para mantener esa limpieza de que se nos habla.

En cualquier momento de nuestra jornada o al anochecer, traer a nuestra consciencia lo que estamos haciendo, cómo lo estamos llevando a cabo, si nos conduce a sentirnos bien lo que realizamos o si debemos cambiar nuestra actitud.

Nuestra limpieza debe ir orientada siempre a conseguir lo que más nos conviene: la paz y la alegría. Ese es nuestro horizonte y nuestra única meta.

Solo con un propósito decidido y un cambio en nuestra actitud ya empezamos a ver que no somos seres abandonados a nuestra suerte, sino que nuestra búsqueda está dentro del mismo proyecto amoroso que hay sobre nosotros y que realmente Alguien/Algo nos protege por todas partes y nos impulsa en nuestra búsqueda.

Y llegados a este punto, aflojamos esas riendas que siempre queremos llevar bien sujetas, nos relajamos y empezamos a disfrutar porque nos sabemos guiados y amados. Entonces es cuando todo cambia.

Este es el punto de arranque, de inflexión, sentir la protección de quien nos ama infinitamente. Ya no somos nosotros los señores del universo, hay otro Señor, que nos ha buscado un sitio entre las estrellas, y nos impulsa a vivir y saborear. A servir y a soñar.

Nuestra labor de limpieza debe ser constante e implacable, no dejar ningún rincón con rencor ni con orgullo. No dejar hueco para el desprecio ni la envidia. No dejar nuestro corazón en manos de la amargura que destruye la esperanza. Huir de los prejuicios, y de las etiquetas con las que quitamos ilusión a la vida. Ser niños en inocencia y en asombro.

Tocar esas aguas limpias que circulan por nuestro corazón y no querer probar otra cosa.

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