domingo, 20 de abril de 2014

Mis amigos santos


“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con él siempre nace y renace la alegría”. (Evangelii Gaudium).

Llena la vida entera, no hay partes en este asunto, no hay horarios o tiempo parcial de dedicación. También significa un sello de calidad o de santidad, no puede haber resentimiento, apatía, desilusión.

La nueva vida que comienza para nosotros tiene una marca distintiva: la alegría de saberse amado y guiado. La persona que experimenta esto, agradecida, quiere mostrar a los demás la alegría de ese encuentro. Y así se convierte en un misionero en su propio entorno, que tiene el encargo de comunicar luz, es decir, un santo.

Puedo decir que me rodean muchos santos, de los que no tendrán que pasar por procesos de canonización, pero no dejan de ser verdaderos santos. Gente que en su peregrinar por el mundo y a pesar de las dificultades de la vida, ponen su mirada en Dios, y confían. Y otros que ni siquiera son creyentes pero llevan la huella de la bondad infinita en sus corazones.

Personalmente, me mueven más estos santos que los que están en los altares. Porque los veo, los siento, percibo el don de su energía y de su convicción. Su testimonio es valiosísimo para mí.

Me gusta que mis amigos santos tengan también sus defectos, así son más creíbles, quiere decir que son humanos y débiles, como yo. Los santos “oficiales” seguro que también estaban llenos de defectos, pero se resalta de ellos la parte mejor. Eso es lo que deberíamos hacer siempre, fijarnos en lo bueno que hay en los corazones hermanos, subrayar esa bondad y ese amor que son Dios-en-nosotros.

Mis amigos santos, que son muchos, nunca sabrán que lo son, y pasarán por la vida buscando esa perfección que creen inalcanzable.

La explicación de esta santidad colectiva es que solo hay un Santo, que se refleja en todas sus criaturas. Está bien que se quiera resaltar a unos por encima de los demás, que sean como un modelo para nosotros, pero no tenemos que olvidar que todos participamos de la misma gracia, del mismo regalo, sin haber hecho ningún esfuerzo, sin ningún mérito por nuestra parte.

Abracemos la santidad que nos habita. Seamos santos alegres que reflejan la emoción de un encuentro amoroso y tierno. Vayamos por la vida siendo conscientes de que somos comunicadores de luz y verdad, para hacer fáciles los caminos.

Sal 43: “Envía tu luz y tu verdad para que ellas me enseñen el camino que lleva a tu santo monte, al lugar donde tú vives”.

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