“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús. Con él siempre nace y renace la
alegría”. (Evangelii Gaudium).
Llena la vida entera,
no hay partes en este asunto, no hay horarios o tiempo parcial de dedicación. También
significa un sello de calidad o de santidad, no puede haber resentimiento,
apatía, desilusión.
La nueva vida que
comienza para nosotros tiene una marca distintiva: la alegría de saberse amado
y guiado. La persona que experimenta esto, agradecida, quiere mostrar a los
demás la alegría de ese encuentro. Y así se convierte en un misionero en su
propio entorno, que tiene el encargo de comunicar luz, es decir, un santo.
Puedo decir que me
rodean muchos santos, de los que no tendrán que pasar por procesos de
canonización, pero no dejan de ser verdaderos santos. Gente que en su
peregrinar por el mundo y a pesar de las dificultades de la vida, ponen su
mirada en Dios, y confían. Y otros que ni siquiera son creyentes pero llevan la
huella de la bondad infinita en sus corazones.
Personalmente, me
mueven más estos santos que los que están en los altares. Porque los veo, los
siento, percibo el don de su energía y de su convicción. Su testimonio es
valiosísimo para mí.
Me gusta que mis
amigos santos tengan también sus defectos, así son más creíbles, quiere decir
que son humanos y débiles, como yo. Los santos “oficiales” seguro que también
estaban llenos de defectos, pero se resalta de ellos la parte mejor. Eso es lo
que deberíamos hacer siempre, fijarnos en lo bueno que hay en los corazones
hermanos, subrayar esa bondad y ese amor que son Dios-en-nosotros.
Mis amigos santos,
que son muchos, nunca sabrán que lo son, y pasarán por la vida buscando esa perfección
que creen inalcanzable.
La explicación de
esta santidad colectiva es que solo hay un Santo, que se refleja en todas sus
criaturas. Está bien que se quiera resaltar a unos por encima de los demás, que
sean como un modelo para nosotros, pero no tenemos que olvidar que todos
participamos de la misma gracia, del mismo regalo, sin haber hecho ningún
esfuerzo, sin ningún mérito por nuestra parte.
Abracemos la santidad
que nos habita. Seamos santos alegres que reflejan la emoción de un encuentro
amoroso y tierno. Vayamos por la vida siendo conscientes de que somos
comunicadores de luz y verdad, para hacer fáciles los caminos.
Sal 43: “Envía tu luz y tu verdad para que ellas me
enseñen el camino que lleva a tu santo monte, al lugar donde tú vives”.
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