Hay un precioso video
en youtube que se titula así: “Tu tiempo para Dios”. Ese tiempo se representa
en forma de una torta grande que la persona va haciendo trozos y repartiendo
entre diversos comensales que están sentados a la mesa, y que representan:
casa, negocios, pasatiempos, vida social, educación (recibe unas migajas de
tiempo), uno mismo. Se da la circunstancia de que en la misma mesa está sentado
Dios, que es quien ha traído la torta, pero su plato está vacío, a él no le
toca ningún trozo de tiempo.
Los que están
sentados a la mesa, al principio miran el plato vacío de Dios que es el que les
ha regalado el tiempo, y les da un poco de vergüenza comer su trozo, pero poco
a poco se olvidan totalmente de él y comen alegremente.
Yo soy de las que
creen que Dios está plenamente en todos nuestros asuntos, pero también es
verdad que hay que encontrar un tiempo solo para él. Como cuando se reúnen dos
enamorados, para decirse cosas al oído, corazón a corazón, para contarse intimidades
y confidencias únicas.
Un tiempo para ver
más allá de lo que nos sucede, para rastrear su presencia, para agradecer y
reponer fuerzas. Un trozo de tiempo cada día, privilegiado y necesario. Y ese
trozo no debe ser el más pequeño, sino grande, pausado, sin prisas. Puede ser
por la noche, o en la madrugada, cada uno que busque su momento de mayor
concentración. No podemos ser rácanos a la hora de dar nuestro tiempo al que es
nuestro dador, a quien lo ha puesto en nuestras manos.
Si le hacemos un
hueco grande en nuestros horarios, le estaremos dando la importancia que se
merece y además iremos siendo conscientes de su presencia durante las 24 horas
de cada día.
Si el plato con el
tiempo para Dios es el más grande, vamos por buen camino, si se está vaciando,
es que algo nos falla, es que nos hemos puesto una venda ante los ojos, nos
hemos olvidado de lo esencial de nuestra vida, y todas las superficialidades
han tomado el mando para llevarnos a ninguna parte.
El barómetro por el
que nos daremos cuenta que nuestra vida está bien orientada y el tiempo
armoniosamente repartido es que seremos más felices. No hay mejor medida que la
paz del corazón. Es fácil averiguarlo, sabemos perfectamente cuándo tenemos paz
y cuándo nos hemos alejado de ella.
Para ello debemos aprovechar
ese regalo que hemos recibido, que es nuestro tiempo, dejar un buen espacio
para quien nos lo ha dado y ver su intención amorosa en lo cotidiano, en lo que
sucede a lo largo del día.
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