La paz y la alegría no están en la
cabeza sino en el corazón. O en el vientre (hara)
como dicen los japoneses.
La cabeza es una parte importante de la
persona, pero el corazón abarca la totalidad del ser, no solo lo que se piensa
o se habla.
Aunque las noticias del mundo parezcan
indicar lo contrario, es la armonía y la ternura la que dirige el mundo y la
que mueve los corazones humanos.
Si alguien no ha recibido amor, no sabrá
dar amor, y será siempre un ser incompleto, déspota, problemático.
Por eso es importantísimo que tengamos
gestos de afecto con los que nos rodean, para que todos lleguemos a ser
personas humanas plenas, que no nos quedemos a mitad camino.
Pongámonos al servicio de esa tarea,
seamos soldados de lo bueno, para que en nuestro entorno más cercano no falte
ese calorcito de cariño con el que se elabora la vida y con el que nos sentimos
bien.
Hay gente que cruza continentes para
ponerse al servicio de la causa de la bondad y de la entrega, nosotros nos
quedamos en casa o en nuestro enclave familiar, laboral, social, de toda la
vida, y ahí es donde contribuimos a la paz del universo. Igual de trascendente
es la misión de irse como la de quedarse, lo importante es darse cuenta que
todos estamos en misión.
Todos hemos sido enviados aquí para
hacer un mundo entrañable y humano.
En nosotros mismos, desde que nacemos,
tenemos un encargo, el de contribuir a la armonía de nuestro universo.
Todo tiende a su realización, la hoja
tiende a ser hoja, el día a ser día, el sol a ser sol, el hombre y la mujer,
tienden a ser amor en acción. Y ahí nos situamos nosotros, más o menos
conscientemente, en el vaivén de esa fuerza que es más grande que nosotros y
nos lleva a realizarnos, y eso nos hace estar en búsqueda permanente.
Qué bonito pensar que aquí estamos para
algo, y no por casualidad, como algunos creen. Qué maravilla sentir que tenemos
una misión, un encargo. Cuando somos conscientes de esto, entonces cogemos las
riendas de los acontecimientos, llevamos personalmente nuestro timón porque
tenemos un puerto adonde llegar.
Alguien nos da el primer impulso, nos
guía, nos espera. Y nos dedicamos a ser caminantes conscientes de nuestros
pasos. Esa decisión, ya es mucho.
En misión de sacar al mundo de la
indiferencia y la apatía, de resaltar la belleza que es nuestro faro interior.
En misión de estar presente y usar de
nuestros dones en cualquier situación, en todos los encuentros.
En misión de ser felices y contagiar
felicidad.
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