miércoles, 12 de febrero de 2014

Liberar la propia luz


Aunque parezca que nuestra vida transcurre lentamente, lo cierto es que va a toda prisa, es un soplo de aire que aparece y desaparece en un instante. Aunque parezca que la tierra no se mueve, lo cierto es que va a cientos de kilómetros por segundo, y además da vueltas sin parar. Nada es lo que parece.

Quizá el único que sabe algo es nuestro corazón, pero su saber se basa en intuiciones, no en datos, o sea que no puede demostrar nada. Decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no comprende”.

Desde que nacemos vamos rápidamente hacia nuestro final en la otra orilla de la vida. Vamos a ciegas pero tenemos un corazón que nos guía con su sed, con su anhelo, que nos empuja a caminar una y otra vez, y a pasar por encima de baches y problemas, abandonando los pesimismos, que nos invaden tantas veces.

Los que creemos y le vemos sentido a este trayecto, tenemos que gritarlo al mundo, y no precisamente con palabras, sino con nuestra actitud. Una actitud abierta, acogedora, cariñosa, confiada y al servicio de todos.

Como dice Gandhi: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Qué bien dicho está. Igualmente podemos decir: el cariño es el camino. Y las buenas caras, y la apertura, y el perdón y la compasión, también son caminos.

Sabiendo esto, pongámonos en marcha, y a la vez que hacemos nuestro recorrido, facilitemos el de los demás.

Dice Nelson Mandela: “Nacemos para hacer manifiesta la gloria del universo que está dentro de nosotros, de todos y cada uno. Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás”.

Es decir, en nosotros mismos tenemos que solucionar los problemas del mundo, cuando brilla nuestro ser más verdadero, estamos potenciando el desarrollo auténtico de los demás, porque estamos infinitamente conectados, ensamblados en el amor, que es el pegamento del universo.

Mientras tenemos oculta nuestra propia luz, proyectamos oscuridad alrededor y sin darnos cuenta, no admitimos las luces de los demás.

En nuestro pozo más íntimo tenemos que ahondar y encontrar las soluciones que el mundo necesita. Nuestros maravillosos hallazgos enriquecerán al instante la faz de la tierra, porque la buena energía no necesita transporte externo, instantáneamente se propaga a toda la creación.

Pongámonos en marcha, con profunda convicción y renovada conversión, para liberar miedos y ataduras, y así reflejar nuestra propia luz: cálida y humana.

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