Es
difícil expresar con palabras la relación con el misterio insondable, el
diálogo con la inmensidad del amor. Voy a hacer lo posible. Para entendernos.
Ya
sé que no es exactamente así, pero me gusta pensarlo de esta manera: Dios es mi
amigo. Mi mejor amigo. Un amigo que todo lo puede y a la vez es débil, porque
está a expensas de mi decisión o de mi libertad. Y soy yo la que tengo que
ayudarle, una y otra vez, la que tengo que defenderle con toda la pasión de que
soy capaz. Porque él solo sabe amar, es demasiado bueno. Y suele ser pisoteado
o ninguneado.
Dios
está indefenso, se calla cuando le atacan y aguarda a que cambien los
corazones, le duele el sufrimiento de la gente y siempre envía mensajeros para
ayudar, pero la gente le culpa a él.
Ser
amiga íntima de Dios tiene su punto de emoción, porque no es como cualquier
otro amigo que te habla con palabras o te envía correos, no. Él te envía cartas
de enamorado con los paisajes y las estrellas, y también los gestos de afecto
de las personas vienen de parte de él. Son regalos suyos el azul precioso del
cielo y la pequeña hierba que piso, y las sonrisas de los que me aman y las mil
casualidades que mueven mi vida. Ya digo que es muy poderoso, puede hacer
cualquier cosa.
Él
se mete en los corazones de los humanos y ahí se encuentra en su casa. Ahí nos
enseña a amar, nunca como él porque eso es impensable, pero él hace mucha
fiesta con nuestros pequeños progresos.
Él
sabe que puede contar conmigo, yo se lo he dicho muchas veces, y me utiliza a
toda hora, me encarga que sea mediadora suya en multitud de ocasiones.
Sabe
que con unos gestos de ternura y unas cuantas frases bonitas me tiene en el
bote, que no me hace falta mucho más. Y me lo da.
Mi
deber es formarme, estudiar, ahondar en cuanto cae en mis manos, rastrear mi
paisaje más próximo y mi horizonte lejano. Porque el tema divino me apasiona,
porque afecta a todo cuanto toco, y quiero estar preparada como un buen
soldado, a punto para cuando mi superior me necesita, o mejor, para cuando
tengo que echar una mano a mi amigo. Todos los días tengo faena: ponerme al
servicio de los demás y ser agradecida, regalar confianza, abrazar al mundo y sembrar
paz.
Se
podría decir que mi amigo ha tomado mi cara y mi corazón y a veces no se puede
hacer una separación entre su piel y mi piel. Él está contento de que así sea.
Y yo también.
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