domingo, 19 de enero de 2014

Como niños pequeños


“Dios es quien hace nacer en vosotros los buenos deseos y quien os ayuda a llevarlos a cabo, según su buena voluntad”. (Flp 2, 13)

En mí se depositan los buenos deseos e intenciones, alguien los hace nacer en mí y me da la fuerza necesaria para llevarlos a cabo. No he de atribuirme ningún mérito porque si soy seguidora entusiasta de la bondad y la belleza es porque la misma Vida se encarga de abrirme los ojos y de darme un corazón luchador.

La acción de gracias que siempre se dirija al infinito amoroso que se manifiesta de mil formas y maneras a través de todas las criaturas. No nos quedemos en el ejemplo concreto, o en la mano que ayuda, miremos la fuerza que guía esa mano, es decir, vayamos al conjunto armónico en el que existimos.

Tenemos tendencia a endiosar a las personas, y también lo contrario, a quitarles todo mérito. Y ni una cosa ni la otra. No pongamos a nadie en un pedestal, porque estamos llamando a las puertas de la soberbia, el engreimiento y el orgullo.

Nuestro reconocimiento sea siempre para el alfarero que pone tal cantidad de belleza en su obra y que reparte sus dones a manos llenas.

Sí, fijemos nuestra atención en el autor de la vida, en la fuente de la que brotamos.

Somos conducidos y amparados, como niños pequeños. Somos amamantados con la sabiduría que necesitamos, somos aleccionados, preparados para un encuentro. Día a día, alegría a alegría, disgusto a disgusto. Todo vale para caminar, nada es desperdicio, las equivocaciones nos son necesarias.

Comuniquemos siempre la buena noticia de sentirse amado, privilegiado por estar aquí, ocupando un lugar en el universo, participando de esta increíble creación, bebiendo de la energía que es mi Madre, aprendiendo y dando pasos hasta el último aliento de vida.

Siempre somos un inexperto bebé en este terreno, nunca podemos tener nada seguro, cada día es nuevo, cada experiencia única, también las emociones se renuevan.

Y tropezando, y saboreando, avanzamos y construimos el camino nuestro, el que solo vemos claramente cuando echamos la vista atrás, no cuando estamos en el presente.

El que construimos y nos construye.

Como niños pequeños, confiados, inquietos, buscadores y alegres. Que se sienten integrantes de una gran familia que es a un tiempo humana y divina.

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