“Dios
es quien hace nacer en vosotros los buenos deseos y quien os ayuda a llevarlos
a cabo, según su buena voluntad”. (Flp 2, 13)
En mí se depositan los buenos deseos e
intenciones, alguien los hace nacer en mí y me da la fuerza necesaria para
llevarlos a cabo. No he de atribuirme ningún mérito porque si soy seguidora
entusiasta de la bondad y la belleza es porque la misma Vida se encarga de
abrirme los ojos y de darme un corazón luchador.
La acción de gracias que siempre se
dirija al infinito amoroso que se manifiesta de mil formas y maneras a través
de todas las criaturas. No nos quedemos en el ejemplo concreto, o en la mano
que ayuda, miremos la fuerza que guía esa mano, es decir, vayamos al conjunto
armónico en el que existimos.
Tenemos tendencia a endiosar a las
personas, y también lo contrario, a quitarles todo mérito. Y ni una cosa ni la
otra. No pongamos a nadie en un pedestal, porque estamos llamando a las puertas
de la soberbia, el engreimiento y el orgullo.
Nuestro reconocimiento sea siempre para
el alfarero que pone tal cantidad de belleza en su obra y que reparte sus dones
a manos llenas.
Sí, fijemos nuestra atención en el autor
de la vida, en la fuente de la que brotamos.
Somos conducidos y amparados, como niños
pequeños. Somos amamantados con la sabiduría que necesitamos, somos
aleccionados, preparados para un encuentro. Día a día, alegría a alegría,
disgusto a disgusto. Todo vale para caminar, nada es desperdicio, las
equivocaciones nos son necesarias.
Comuniquemos siempre la buena noticia de
sentirse amado, privilegiado por estar aquí, ocupando un lugar en el universo,
participando de esta increíble creación, bebiendo de la energía que es mi
Madre, aprendiendo y dando pasos hasta el último aliento de vida.
Siempre somos un inexperto bebé en este
terreno, nunca podemos tener nada seguro, cada día es nuevo, cada experiencia
única, también las emociones se renuevan.
Y tropezando, y saboreando, avanzamos y
construimos el camino nuestro, el que solo vemos claramente cuando echamos la
vista atrás, no cuando estamos en el presente.
El que construimos y nos construye.
Como niños pequeños, confiados,
inquietos, buscadores y alegres. Que se sienten integrantes de una gran familia
que es a un tiempo humana y divina.
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