“La
búsqueda interior y la oración tendría que tener como primer objetivo el de
ponerse a la escucha de una palabra que cuestione y vaya modificando
progresivamente nuestro propio invento sobre Dios”. (C. Domínguez Morano).
Estamos atrapados en nuestras propias
historias, en nuestros relatos y pensamientos, cultura y relaciones
interpersonales. Estamos aprisionados por tantas y tantas ataduras.
Cuando decimos “creo en Dios” no estamos
diciendo nada si no va acompañado de una transformación interior y un
cuestionamiento profundo de nuestra vida.
“Creo en Dios” no significa nada,
tampoco significa nada: “no creo en Dios”, porque a Dios nos lo inventamos. Y
puede darse la paradoja de que el que diga “no creo” sea más creyente que el que
diga “creo”.
Dios es un modelo-prototipo que nos lo
dan envasado de una determinada manera aquí. Unos cuantos miles de kilómetros
más hacia la derecha, lo dan envasado de una manera diferente. Y más a la
izquierda de otra forma totalmente distinta. Y si nos remontamos cientos o
miles de años atrás en el tiempo, también encontraremos formas diferentes de
divinidad.
O sea, que es un invento de los hombres
y mujeres que peregrinan en esta tierra. Esto puede sonar irrespetuoso pero
estoy convencida de que tenemos que hacer tambalear los barrotes que aprisionan
nuestras creencias, para hacer que nuestro corazón se encuentre cara a cara con
el misterio que le habita.
Ese que llega hasta nosotros bajo los
nombres de Padre, Buda, Gran Espíritu, Conciencia Transpersonal, Realidad,
Vacío, porque necesitamos algunas etiquetas para poder atraparlo en nuestra
conciencia. Siempre tratamos de tener seguridades.
Tenemos que ir más allá de los esquemas
y de las invenciones de los hombres. Creer significa tener una actitud abierta
y de diálogo, con nosotros y con los demás. Significa estar desnudos de
certezas y sentirnos dentro de algo que nos toca el corazón y nos llama por
nuestro nombre. Conviene seguir las indicaciones de los grandes hombres santos
que han respirado el mismo aire que nosotros.
El primero, para los cristianos, Jesús,
gran revolucionario, gran loco, grande en alegría y en humildad, gran modelo
para todos, gran amigo que se ha quedado a nuestro lado. El cristianismo es un
encuentro.
Lo que importa es la alegría de ese
encuentro interior, no las palabras, que a veces estropean las cosas. Sentir
está en primer lugar. Y si sentimos, todos nuestros pasos y también nuestros
ritos, estarán llenos.
El camino que nos indica Jesús es bien
sencillo, solo dice: “Ama”, siempre, en cualquier circunstancia y a cualquier
persona. El amor es lo que nos da sentido, y nos une a nuestra fuente.
La creencia si no está acompañada de una
actitud amorosa, está vacía de sentido.
Lo decisivo no es creer o no creer, lo
decisivo es amar.
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