Cuando camino sobre el abismo del no
saber, no siempre me salen alas, a veces también me estrello.
Porque no entiendo la vida. No entiendo
el porqué, el para qué, ni el cómo, ni cuándo, ni dónde. Cada vez comprendo
menos, me pierdo en frases y palabras. Se me escapa la esencia, se me difumina
el sentido.
Porque no siempre estoy a tope de
consciencia y los días se suceden estando inmersa en la ignorancia. No sé
exactamente qué busco ni qué quiero. Cada día es un volver a empezar y parece
que no me haya aprendido ni la primera lección del libro de la vida.
Busco respuestas en los libros, en las
frases, en las grandes personas. Busco compulsivamente, sin descanso.
Pero es un aprendizaje en el que cada
vez sé menos. En un sistema de calificaciones no se corresponde lo que estudio
con mis resultados.
Al final, solo me queda el grito: ¿dónde
estás? ¿dónde te encuentras?
La vida es un aprendizaje de
aproximación a uno mismo, a nuestros abismos interiores.
El resumen de lo aprendido cabe en dos
líneas: Vive, con lo que te toca en suerte. Tu circunstancia ha sido elegida
para ti. No otra. Y ahí, ama.
Va a ser que somos unos completos
ignorantes, que la sabiduría no está al alcance de los humanos y que solo nos
cabe confiar en el Ser Divino.
Cuentan que en una aldea el río se
desbordó pero la inundación se detuvo milagrosamente a la entrada del poblado.
El gran sacerdote agradeció a Dios el milagro. Este le contestó que lo había
hecho gracias a la plegaria de Samuel. El gran sacerdote se extrañó porque
Samuel era el tonto del pueblo. Fue a él y le preguntó qué oración había dicho.
Aquel le contestó que como no sabía qué decir le había recitado el abecedario y
le había dicho que ordenase las letras como quisiera para formar una plegaria
para pedir protección para el pueblo.
A veces vamos demasiado arrogantes por
la vida, como si poseyéramos el secreto del universo, pero que nadie se ofenda
si digo que todos somos “tontos del pueblo” en estos asuntos.
Reconozco que cada vez me siento más
frágil y esa fragilidad me lleva a anhelar sin descanso la Sabiduría que todo
lo sostiene, la Fuente que mana inagotable y alimenta los corazones.
Y esa Sabiduría amiga es la que me ha
tendido un puente para caminar sobre mis abismos, es el de la confianza. Desde
ahí expreso mi alabanza y gratitud.
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