El Reino es la idea
central del mensaje de Jesús, la repite una y otra vez.
Se puede semejar a un
camino de limpieza interior para acceder a eso que ya poseemos en nosotros
mismos, “ya está presente”. Se trata de un espacio de bondad preparado para que
lo utilicemos y lo manifestemos a los demás.
Es el plan eterno
grabado en nuestros corazones. No tenemos que crearlo nosotros, no está a
expensas de nuestra voluntad porque la presencia divina en nosotros se nos da
desde toda la eternidad, y se materializa en el nacimiento.
No solo estamos
llamados a descubrir ese Reino en nosotros sino también a que en el mundo se
den las condiciones para que todos los corazones humanos puedan acceder a él.
Por eso el Reino nos
lleva a emprender batallas en favor de la justicia, la igualdad, los derechos
básicos de las personas. A reforzar día a día nuestra hospitalidad y ternura. A
ser solidarios y trabajar por la paz.
El Reino nos hace
hermanos auténticos, hijos y padres universales. Nos hace familia porque somos
depositarios de la misma semilla divina. Conocemos lo que pasa en los otros
corazones porque llevan la misma huella que nosotros, y el mismo mandato.
El Reino tiene dos
vertientes: personal y comunitaria. Pero a veces nos olvidamos de un detalle
esencial, que el Reino se basta a sí mismo, crece por sí mismo, aunque nosotros
estemos despistados, el Reino triunfa. Porque no depende de nosotros.
Nosotros podemos
colaborar con fe y entusiasmo. Podemos ponernos a su servicio, y eso ya es un
gran regalo.
Se ve bien claro en
esa parábola que dice: el Reino se parece a esa semilla que nace y crece aunque
el sembrador esté dormido, porque la tierra produce por sí misma.
No depende de
nosotros pero ha querido que participemos de algún modo, haciendo brotar de la
tierra peregrinos que somos caminantes enamorados, y atándonos con poderosa
atracción a su mágica luz.
Es un Reino de paz y
justicia, como dice la canción, de gracia y amor. Nosotros lo llevamos allá
donde vamos, en nuestra persona, y nuestra meta es estar a su servicio con todos
los sentidos y hasta el último aliento.
Ensancha la vida
saber que somos servidores de algo muy grande, muy hondo, totalmente
apasionante, de una belleza increíble, y una bondad avasalladora: es el Reino.
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