La energía que nos sostiene siempre es
positiva y feliz porque existe desde siempre y para siempre, porque no está
atada a acontecimientos ni a imprevistos, porque ella es la misma alegría que
se transforma en personas y naturaleza.
¿Y el sufrimiento? Es totalmente
pasajero y prescindible, se puede dejar a un lado, si queremos. Además, también
el sufrimiento está hecho para que encontremos nuestro espacio verdadero de
felicidad.
Parece un sinsentido, pero no lo es.
Muchos ejemplos nos demuestran lo contrario. Para muchísima gente una
enfermedad ha sido el punto de partida para el encuentro consigo mismo y con su
bondadosa energía. Una crisis puede ser el punto de arranque de un nuevo
amanecer o de una nueva vida. Un fracaso o una tristeza siempre es la antesala
del éxito o de la alegría.
El secreto está en dirigir siempre
nuestro pensamiento y sentimiento hacia esa energía de la que participamos, que
siempre es positiva y alegre. Y en ponernos en sus manos, conscientemente,
alegremente, confiadamente.
Charles de Foucauld tiene una oración
que habla de esa energía a la que llama Padre, también la podemos llamar Madre:
“Padre/Madre,
me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las
gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se
cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más”.
Así comienza la oración. Y así lo vemos
gráficamente en la imagen de un bebé reposando tranquilo en las manos que le
sostienen. Lo más difícil de cumplir es ese “sea lo que sea, te doy las
gracias”. Porque a veces ese bebé, que somos nosotros, está protestando,
llorando, con dolor, con preocupaciones, pero aún así no deja de estar recostado en las mismas
manos.
Si fuéramos conscientes de esas manos,
de esa energía positiva que nos cuida, nos acuna, nos canta melodías que vienen
del infinito para que nos tranquilicemos y nos demos cuenta que no estamos
solos. Para que conectemos con nuestra esencia feliz.
Hay tantas casualidades que no son tales
casualidades, sino que son esas mismas manos empeñadas en que todo nos vaya
bien, y para ello moviendo los hilos que sean necesarios, y haciendo que nos
encontremos con las personas, las situaciones, las lecturas, los paisajes que
necesitamos.
Abramos bien los ojos interiores para
ver esas amorosas manos, para sentir su caricia constante, su ternura y amparo.
Relajémonos y descansemos en ellas.
La oración de Foucauld termina diciendo:
“Te confío mi vida, te la doy con todo el
amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin
medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre/Madre”.
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