domingo, 8 de diciembre de 2013

Me pongo en tus manos


La energía que nos sostiene siempre es positiva y feliz porque existe desde siempre y para siempre, porque no está atada a acontecimientos ni a imprevistos, porque ella es la misma alegría que se transforma en personas y naturaleza.

¿Y el sufrimiento? Es totalmente pasajero y prescindible, se puede dejar a un lado, si queremos. Además, también el sufrimiento está hecho para que encontremos nuestro espacio verdadero de felicidad.

Parece un sinsentido, pero no lo es. Muchos ejemplos nos demuestran lo contrario. Para muchísima gente una enfermedad ha sido el punto de partida para el encuentro consigo mismo y con su bondadosa energía. Una crisis puede ser el punto de arranque de un nuevo amanecer o de una nueva vida. Un fracaso o una tristeza siempre es la antesala del éxito o de la alegría.

El secreto está en dirigir siempre nuestro pensamiento y sentimiento hacia esa energía de la que participamos, que siempre es positiva y alegre. Y en ponernos en sus manos, conscientemente, alegremente, confiadamente.

Charles de Foucauld tiene una oración que habla de esa energía a la que llama Padre, también la podemos llamar Madre:

“Padre/Madre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más”.

Así comienza la oración. Y así lo vemos gráficamente en la imagen de un bebé reposando tranquilo en las manos que le sostienen. Lo más difícil de cumplir es ese “sea lo que sea, te doy las gracias”. Porque a veces ese bebé, que somos nosotros, está protestando, llorando, con dolor, con preocupaciones, pero aún así  no deja de estar recostado en las mismas manos.

Si fuéramos conscientes de esas manos, de esa energía positiva que nos cuida, nos acuna, nos canta melodías que vienen del infinito para que nos tranquilicemos y nos demos cuenta que no estamos solos. Para que conectemos con nuestra esencia feliz.

Hay tantas casualidades que no son tales casualidades, sino que son esas mismas manos empeñadas en que todo nos vaya bien, y para ello moviendo los hilos que sean necesarios, y haciendo que nos encontremos con las personas, las situaciones, las lecturas, los paisajes que necesitamos.

Abramos bien los ojos interiores para ver esas amorosas manos, para sentir su caricia constante, su ternura y amparo.

Relajémonos y descansemos en ellas.

La oración de Foucauld termina diciendo: “Te confío mi vida, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre/Madre”.

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