Hoy leía yo la pregunta: “¿Cuáles son
tus sueños más profundos, aquello que te hace vibrar por dentro?”
Estoy instalada en mi imperfección, en
mi ignorancia y mis temores. Soy experta en arrastrarme sobre esta tierra,
domino el lenguaje humano de la envidia, el desencanto, la pereza, la
indiferencia.
Ninguna debilidad hay que no sea mía, pero
también mis sueños me llevan al otro extremo, con frase de los Rubayats: “Mi
cuerpo amasado con tierra es la luz de los cielos”.
No sé por qué increíble razón llevo, ¡llevamos
todos! una semilla de amor, depositada en el centro de mi ser, y eso es lo que
me hace diferente, lo que me hace vibrar en muchas ocasiones, y pregonar que no
hay que perder la ilusión ni la esperanza y que hay que confiar a muerte en
medio de nuestra total oscuridad.
Esa oscuridad, a veces deja pasar un
poco de luz, siempre con la ayuda de la ternura compartida. Los afectos, que
muchas veces no sabemos expresar, son los que nos unen a los que nos rodean y
nos empujan a caminar sintiéndonos uno con el mundo.
Somos un proyecto del que nos tenemos
que enamorar. Sí, con toda humildad, tenemos que enamorarnos de nosotros mismos.
Transportamos el paraíso, dialogamos con el infinito, somos un encuentro
apasionante y real. Además de eterno.
Estos días he leído el libro de María de
Villota, “La vida es un regalo”. Impresionante. Ha tenido que ocurrir un
gravísimo accidente en su vida para darse cuenta que “vivía dormida, pasaba a
ciegas y sentía a medias”. Ella dice que escribe el libro porque tiene un
mensaje importante que darnos, que se le ha regalado sentir cada latido como el
primero, y vivir más despierta, más alegre, con más sentido, más consciente.
“Deseo que, sin pasar por un accidente como el mío, podáis sentir la alegría de
estar vivos y disfrutar del regalo de la vida”.
Dice también que “nuestra vida es un
trozo de tiempo infinito si la compartes con quien amas, y con quien te
necesita. También puede ser un trozo de tiempo mezquino”. “Decide si quieres
solo llegar o pasear este increíble camino”.
Todas las grandes personas que me hablan
con ese lenguaje son mis maestros, han llegado hasta mí para enseñarme algo,
para entregarme un mensaje que necesito. Los mensajeros van cambiando, no son
los mismos. Vienen de todos los tiempos, y de todas las edades. Me traen
lecciones necesarias, porque yo siempre me estoy formando.
Tengo claro que mi vida es un camino
para saborear, disfrutar, contemplar. Día a día voy avanzando. Más o menos
lentamente. Siempre gozosamente.
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