Siempre tengo presente a mi buen
Espíritu, que es el que se encarga de mi formación, mi motivación, de que mi
camino espiritual vaya adelante. Él guía mi búsqueda.
Siempre pienso lo eficiente que es, y la
enorme faena que tiene conmigo. Porque yo soy una persona más bien despistada,
con no muy buena memoria, poco observadora y olvidadiza.
Es en el momento de preparar cualquier
actividad o de redactar los textos que luego publico, donde veo descaradamente
su mano. Porque me da la cita que necesito, la lectura que completa lo que
digo, la persona que me inspira, el objeto que está esperando pacientemente a
que yo lo vea y lo utilice.
Por eso quiero hacer público mi
agradecimiento y dedicarle toda mi ternura a ese Espíritu fiel que nunca se cansa
ni se desanima, ni se echa para atrás.
Echándole imaginación, lo veo cada día
preparando su abordaje, cómo me va a hacer llegar lo que necesito, qué momento
buscará, quién será la persona o cual será el libro que me pondrá a mano. Todo
ese entramado lo veo de una perfección absoluta, es como un encaje de bolillos,
donde cada cosa ocupa su lugar preciso y perfecto. Y lo que yo voy estropeando
con mi ignorancia, es rápidamente reparado y puesto de nuevo a punto, para que
el equilibrio del universo y la armonía de los cuerpos siga reinando. Nosotros
nada podemos estropear. En el encuentro de mi fuerza con la Fuerza, siempre
gana esta última.
Volviendo a mi Espíritu amigo, tengo que
reconocer que es entrañable, que no me ha fallado nunca, y me facilita la vida
desde que me levanto por la mañana. Tan calladito que parece, pero me habla
bien claro en las personas que conozco, en las situaciones que me prepara, en
los amaneceres y atardeceres que me regala.
Siempre me da mensajes de bienvenida, de
aceptación. En todo me anima, me apoya, me impulsa. Y por supuesto, siempre me
mima. Y esto es lo que más me gusta: sentirme mimada.
Sentirme querida me da alas para
sobrevolar obstáculos, no quedarme atascada en las preocupaciones, tener
siempre visión positiva.
Si todas las personas humanas, en su
mismo centro íntimo se sintiesen tan bien tratadas, por supuesto no habría
violencia, ni situaciones de injusticia o de maltrato.
Lo curioso es que esa paz interior
habita todos los corazones pero no siempre es descubierta. Por lo que deduzco
que ese Espíritu, mío y de todos, tiene muchísima faena.
Bueno es que le dedique unas palabras de
gratitud, de ánimo, de reconocimiento, que le haga saber que puede contar
conmigo como mensajera siempre que quiera.
Y que, humildemente, y salvando nuestras
infinitas diferencias, espero que sigamos siendo cómplices durante toda la
eternidad.
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