He comenzado a leer “La nube del
no-saber”, libro anónimo del siglo XIV. Dice: “Descubre la llamada que te hace el Señor en el deseo hacia él, que
arde en tu corazón. Él despertó el deseo dentro de ti, y atándolo rápidamente
con la rienda del ansia amorosa, te atrajo más cerca de él, haciéndote vivir de
una manera especial. Si bien este deseo vivo es un don de Dios, a ti te
corresponde alimentarlo”.
Tan solo el deseo ya es una aproximación
y un encuentro. Porque aquí en esta tierra estamos bastante limitados, pero
nuestras entrañas, manos, pies, están impregnados de deseos amorosos de bondad,
de bien, de compartir, de estar alegres y transmitir felicidad. No importa que
no siempre consigamos nuestro objetivo, el impulso siempre está ahí.
Si las cosas no te salen bien, no tengas
miedo. Tu Dios bondadoso, que es el mismo Amor, te busca siempre a ti, y
utiliza tus buenos y malos momentos, tus éxitos y fracasos, y no parará hasta
que te des cuenta, hasta que lo ames.
Mira en tu corazón a ver si descubres
ese deseo esencial, si es así, aférrate a él, es tu ancla en el remanso de las
aguas divinas, es lo único seguro que posees.
Y es el gran regalo de tu vida porque te
hace remontar tus pequeñas preocupaciones, tus temores y tus exigencias egoístas
y adentrarte en un terreno infinito y único donde nunca hay tensiones ni malas
caras. Donde reina la paz, la belleza y la bondad.
Todo está sabiamente preparado en tu
vida, todo te lleva a ese encuentro que te transformará. Vas de la mano de tu
deseo y alimentado por la fuerza de los testimonios que la gracia divina ha
hecho llegar hasta ti.
Es sencilla la vida si se mira desde la
fe, y desde la convicción absoluta de que somos ayudados siempre y en todo
momento.
Este deseo que se nos regala, hay que
alimentarlo, esa es nuestra parte. Cómo se cuidan las cosas: dedicándoles una
atención, haciéndoles un espacio en nuestro interior y apartándonos de todo lo
que pueda impedir ese deseo.
Se ve muy claro cuando lo comparamos con
el cuidado de una planta. Nuestra faena es como la labor del jardinero: regar,
podar, limpiar, sacar brillo y mimar los brotes nuevos. Y que nadie se asuste
ante lo que queda por hacer, porque en cada movimiento nuestro actúa el impulso
arrollador del Espíritu amigo que está a nuestro servicio.
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