domingo, 29 de diciembre de 2013

El deseo de Dios


He comenzado a leer “La nube del no-saber”, libro anónimo del siglo XIV. Dice: “Descubre la llamada que te hace el Señor en el deseo hacia él, que arde en tu corazón. Él despertó el deseo dentro de ti, y atándolo rápidamente con la rienda del ansia amorosa, te atrajo más cerca de él, haciéndote vivir de una manera especial. Si bien este deseo vivo es un don de Dios, a ti te corresponde alimentarlo”.

Tan solo el deseo ya es una aproximación y un encuentro. Porque aquí en esta tierra estamos bastante limitados, pero nuestras entrañas, manos, pies, están impregnados de deseos amorosos de bondad, de bien, de compartir, de estar alegres y transmitir felicidad. No importa que no siempre consigamos nuestro objetivo, el impulso siempre está ahí.

Si las cosas no te salen bien, no tengas miedo. Tu Dios bondadoso, que es el mismo Amor, te busca siempre a ti, y utiliza tus buenos y malos momentos, tus éxitos y fracasos, y no parará hasta que te des cuenta, hasta que lo ames.

Mira en tu corazón a ver si descubres ese deseo esencial, si es así, aférrate a él, es tu ancla en el remanso de las aguas divinas, es lo único seguro que posees.

Y es el gran regalo de tu vida porque te hace remontar tus pequeñas preocupaciones, tus temores y tus exigencias egoístas y adentrarte en un terreno infinito y único donde nunca hay tensiones ni malas caras. Donde reina la paz, la belleza y la bondad.

Todo está sabiamente preparado en tu vida, todo te lleva a ese encuentro que te transformará. Vas de la mano de tu deseo y alimentado por la fuerza de los testimonios que la gracia divina ha hecho llegar hasta ti.

Es sencilla la vida si se mira desde la fe, y desde la convicción absoluta de que somos ayudados siempre y en todo momento.

Este deseo que se nos regala, hay que alimentarlo, esa es nuestra parte. Cómo se cuidan las cosas: dedicándoles una atención, haciéndoles un espacio en nuestro interior y apartándonos de todo lo que pueda impedir ese deseo.

Se ve muy claro cuando lo comparamos con el cuidado de una planta. Nuestra faena es como la labor del jardinero: regar, podar, limpiar, sacar brillo y mimar los brotes nuevos. Y que nadie se asuste ante lo que queda por hacer, porque en cada movimiento nuestro actúa el impulso arrollador del Espíritu amigo que está a nuestro servicio.

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