Al final, todo en la vida nos prepara para
un encuentro con nuestro Creador, somos sus pequeñas criaturas, también sus
rebeldes hijos. Pero cuanto más nos rebelamos, más emisarios nos envía, que nos
traen señales de su amor.
Es un tira y afloja en el que siempre somos
ganados, no puede suceder de otra manera. Su insistencia es tierna y firme como
alguien que está enamorado de la obra de sus manos.
Todos vivimos ya en ese encuentro, si lo
sabemos ver, si no nos situamos de espaldas a nuestra realidad divina. Todas
las veces que nuestro corazón se inunda de agradecimiento, que nuestras manos
se elevan en sentida oración, que saboreamos los pequeños detalles, hemos sido
alcanzados por la consciencia de ese encuentro.
Nos realizamos en un diálogo continuado.
Pero lo que sucede es que no nos lo acabamos de creer. Los que sí se lo creen, experimentan
las mieles del encuentro: qué gozada, qué amplitud de visión, qué cambio de
perspectiva, porque ya no hay nada mediocre, ni despreciable, ni inútil, porque
todo sirve a todo.
Cuando nos ubicamos en esa cita se vive más
feliz porque todas las superficialidades de la vida no alteran nuestra visión
profunda y no nos quitan nuestra alegría.
Es natural en nuestra vida la lucha entre
un extremo y otro: la debilidad y la fuerza. Es decir, para explicarlo diré que
somos de barro y somos de cielo, y de las dos cosas somos enteramente. Es
nuestra naturaleza. Cada uno de nuestros extremos se siente atraído por el
otro. Y de esa mezcla está formado el ser humano.
Ni podemos renunciar al barro, ni podemos
renunciar al cielo. Estaríamos incompletos sin una de las dos partes.
Quien nos ha creado, sabe cómo somos, no
tenemos que darle ninguna explicación, ni excusa. No hace falta hablar, nos
comprende porque nos ha modelado con sus manos. Somos su proyecto.
Y ya que hemos sido aceptados, aceptémonos
también a nosotros mismos y a aquellos que la vida sitúa a nuestro lado. Es la
única manera de que se acaben todos los males.
Pongamos todo nuestro empeño en que nuestro
corazón sea firme y confiado, aun en medio de circunstancias adversas, porque “si aceptamos los bienes que Dios nos envía,
¿por qué no vamos a aceptar también los males? (Job 2, 10).
Esto significa aceptar no solo la parte de
cielo, sino también la de barro. Y con las dos, entonar un canto de alabanza.
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