Me he acostumbrado a vivir con paz, y en
aquellos momentos en que por cualquier circunstancia la pierdo, no soy persona:
no me alimenta el aire, ni los mensajes, ni la Palabra. Si me falta la paz, no
sé vivir. Tengo que recuperarla rápidamente para seguir sintiendo la bendición
de la vida.
Es lo que tiene acostumbrarse a las cosas
buenas, que ya no te conformas con las mediocres.
La paz significa que yo estoy en armonía
con el universo, estoy abierta a las corrientes bienhechoras que me visitan y
me configuran y me siento agradecida.
Se puede decir que yo soy de la paz, es mi
lugar, y cuando la pierdo, no estoy en mi sitio. Y he de eliminar lo que me
molesta para volver a situarme donde me corresponde.
Me duele tanta gente que está en una situación
continua de falta de paz, y pienso que muchísimas veces se puede recuperar esa
paz, que siempre es personal. Todo depende de uno mismo.
Cada uno en su intimidad que se pregunte
qué puede hacer por volver a su esencia pacífica. Seguro que va encontrando las
respuestas adecuadas, porque uno es conocedor de sus debilidades y miserias.
Es importantísimo sentirse a gusto consigo
mismo, tener una plataforma de armonía desde la que contemplar y actuar. Formar
parte de “los que están reconciliados con
su propia vida, personas con una presencia benevolente y cariñosa hacia todo lo
que les rodea”. (Mariola López).
Si actuamos guiados por la paz, cualquier
camino es bueno, cualquier respuesta es acertada. Podemos llegar a ser lugares
de acogida para tantos y tantos corazones a la deriva. Y seremos el contrapeso
perfecto para el desamor.
La paz interior es el lugar esencial de
partida de nuestros proyectos, Es el marco necesario para saborear la vida, con
todas sus riquezas. “Más vale comer pan
duro y vivir en paz, que tener muchas fiestas y vivir peleando”. (Prov. 17,
1).
Gracias a la paz sentimos y saboreamos
plenamente la vida y aprendemos a reconocer a Aquel/Aquella que nos ha creado
por amor.
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