“Quien ama a su hermano vive en la luz y no tropieza. Pero quien no ama a su hermano está en la oscuridad, camina en la oscuridad y no sabe a dónde va porque la oscuridad lo ha dejado ciego.”
(1Juan 10, 11)
La Biblia nos lo deja bien claro: el amor nos alumbra el camino, nos aporta la luz que necesitamos.
La falta de amor nos deja en un pozo ciego donde no vemos lo fundamental. Aunque nuestras vidas se llenen de luces artificiales y de algarabía, la oscuridad estará en nuestros corazones, caminaremos a ciegas.
En ocasiones, amar al que está a tu lado es lo más difícil. Por el contrario, amar al que está lejos es bien fácil, porque no hay que convivir con él. Tu prójimo es tu próximo, en él se nos pide la lección diaria de amor.
Tenemos a mano recetas fáciles, ingredientes sencillísimos: ser cariñosos, estar atentos al otro, preguntarles, sonreírle, animarle.
“La intimidad, la conversación, la amistad, el sosiego que nos proporciona saber que somos-para-otro, el agradecimiento que brota como fruto de la existencia de un tú, todo esto constituye nuestra mejor experiencia humana: pasear juntos, comer juntos, reírnos, abrazarnos, contarnos mutuamente nuestra historia.” (J. I. Prats)
El obstáculo más grande para amar lo tenemos en nosotros mismos, estamos atrapados en nuestro super-yo-inflado, nadie puede dudar de MÍ, de MI valía, de lo que YO hago, ni poner en duda MI eficacia.
En cambio yo puedo dudar del resto del mundo, que no está a mi altura.
Qué poco nos gusta que no nos consideren ni valoren y qué aficionados somos a no considerar ni valorar al otro.
Para amar tiene que desinflarse mi yo y hacerse grande el TÚ del otro. Muy grande, porque dentro de él está el Dios que me pide que le sirva con pasión y con ternura.
Que vivir en la luz sea nuestra alegría y nuestra única meta.
(1Juan 10, 11)
La Biblia nos lo deja bien claro: el amor nos alumbra el camino, nos aporta la luz que necesitamos.
La falta de amor nos deja en un pozo ciego donde no vemos lo fundamental. Aunque nuestras vidas se llenen de luces artificiales y de algarabía, la oscuridad estará en nuestros corazones, caminaremos a ciegas.
En ocasiones, amar al que está a tu lado es lo más difícil. Por el contrario, amar al que está lejos es bien fácil, porque no hay que convivir con él. Tu prójimo es tu próximo, en él se nos pide la lección diaria de amor.
Tenemos a mano recetas fáciles, ingredientes sencillísimos: ser cariñosos, estar atentos al otro, preguntarles, sonreírle, animarle.
“La intimidad, la conversación, la amistad, el sosiego que nos proporciona saber que somos-para-otro, el agradecimiento que brota como fruto de la existencia de un tú, todo esto constituye nuestra mejor experiencia humana: pasear juntos, comer juntos, reírnos, abrazarnos, contarnos mutuamente nuestra historia.” (J. I. Prats)
El obstáculo más grande para amar lo tenemos en nosotros mismos, estamos atrapados en nuestro super-yo-inflado, nadie puede dudar de MÍ, de MI valía, de lo que YO hago, ni poner en duda MI eficacia.
En cambio yo puedo dudar del resto del mundo, que no está a mi altura.
Qué poco nos gusta que no nos consideren ni valoren y qué aficionados somos a no considerar ni valorar al otro.
Para amar tiene que desinflarse mi yo y hacerse grande el TÚ del otro. Muy grande, porque dentro de él está el Dios que me pide que le sirva con pasión y con ternura.
Que vivir en la luz sea nuestra alegría y nuestra única meta.
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