viernes, 29 de enero de 2010

Más allá de la vida


“En general, la personas ordinarias aceptan la vida eterna fácilmente. Pero en la práctica observo una resistencia a adoptar con naturalidad la convicción de que los que murieron viven. Raramente hablamos con ellos, o les recordamos.
Aunque inacabado, soy afortunado por tener un gran retrato al óleo de mi madre, que en paz descansa. Estoy seguro de que ella vive y oye mis palabras cuando le hablo. Su retrato está en el pasillo de casa, y a menudo cuando paso por allí me detengo unos instantes a observarla y me dirijo a ella directamente con palabras. Las conversaciones con mi madre son muy entrañables. Ella no habla a mis ojos que están en el estadio de tierra. Pero yo sé cómo piensa no hace falta que me hable.
Estos diálogos o monólogos dan ocasión a expresar momentos de desolación o de felicidad, instantes en que nuestras palabras van cargadas de confianza, amor e intimidad.
Algo semejante me ocurre con el recuerdo de amigos que siempre leales nos ayudaron a afrontar las adversidades por la causa que nos unía. He decidido hablarles más a menudo para decirles que aún estoy andando por aquí, y que me gustaría tenerles a mi lado para asegurarme el éxito en mis empresas.
Quisiera que habláramos de vez en cuando con los vivos que murieron pero que están presentes en otro nivel de vida y del mundo. Tengo la impresión de que ellos nos escuchan y están muy contentos de que los recordemos.
Todos nuestros muertos ¡viven!; Jesús ¡vive!; María ¡vive!; San José ¡vive!; Buda ¡vive! ¡Todo el mundo vive!”
(Vicente Ferrer, 1920- 2009)

Suscribo total y gozosamente las palabras de Vicente Ferrer, porque las experimento día tras día.
Mi marido, Fernando Cardona Pérez, ¡vive!, yo hablo y le cuento todo, como antes, estoy siempre feliz en su compañía y sé lo que me contesta, porque yo sé cómo piensa, no hace falta que me hable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo a veces también me sorprendo hablándoles...

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