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Vamos a imaginar por un momento que mi vida está enfrente de mí, con autonomía propia y que dialogo con ella, cara a cara. También vamos a imaginar que la vida es la que manda, que sólo ella tiene las cosas claras, ve más allá de donde ven mis ojos, y siempre me quiere ayudar y proteger. Hace de madre para mí.
Esta imagen se corresponde con la realidad de lo que siento: la vida escribe poesías conmigo, me habla con mis palabras, me deja volar entre las letras, me da libertad. Sólo la vida tiene las cosas claras y es la que maneja, habla y calla, cuando quiere y sin pedirme permiso. La vida me abraza con todos los brazos, me mira con mil caras y me habla con las voces conocidas.
No me queda otra opción para ser feliz que pegarme a mi madre vida, a lo que me sucede, a las mil casualidades que me mueven.
Si yo me enfrento a la vida, desconfío de ella o la amenazo, viviré con amargura y desesperación, no tendré paz.
En cambio si la tomo como aliada, puedo sentir su fuerza y su ternura, y confiar.
Las tensiones nos vienen cuando pensamos que todo depende de nosotros, que estamos solos frente a los acontecimientos y que estos vienen a nosotros sin ningún orden ni sentido. Es como estar en un ring de boxeo, con los nervios a flor de piel, esperando a ver qué contrincante me toca en cada momento. Está claro que la vida nos da situaciones duras, pero también hay que saber ver las ayudas que nos vienen. Y siempre las hay.
El sufrimiento y el llanto también están dentro de un plan, de un orden (dice el poeta León Felipe: Y sé que hay orden en mis lágrimas/ como lo hay en la nube/ en el humo del horno/ y en la sombra del vientre materno.)
En algunos momentos, sentémonos a dialogar con nuestra vida, a darle las gracias, a pedirle explicaciones o a expresarle nuestros temores. Nos sentiremos más relajados y ligeros, como quien siente alivio después de haber puesto las cosas en claro con una persona querida.
En la misma cama dormimos mi vida y yo, con la misma boca rezamos. Tengo que juntar mis fuerzas a las de ella para no andar desorientada y poder vivir en armonía.
Esta imagen se corresponde con la realidad de lo que siento: la vida escribe poesías conmigo, me habla con mis palabras, me deja volar entre las letras, me da libertad. Sólo la vida tiene las cosas claras y es la que maneja, habla y calla, cuando quiere y sin pedirme permiso. La vida me abraza con todos los brazos, me mira con mil caras y me habla con las voces conocidas.
No me queda otra opción para ser feliz que pegarme a mi madre vida, a lo que me sucede, a las mil casualidades que me mueven.
Si yo me enfrento a la vida, desconfío de ella o la amenazo, viviré con amargura y desesperación, no tendré paz.
En cambio si la tomo como aliada, puedo sentir su fuerza y su ternura, y confiar.
Las tensiones nos vienen cuando pensamos que todo depende de nosotros, que estamos solos frente a los acontecimientos y que estos vienen a nosotros sin ningún orden ni sentido. Es como estar en un ring de boxeo, con los nervios a flor de piel, esperando a ver qué contrincante me toca en cada momento. Está claro que la vida nos da situaciones duras, pero también hay que saber ver las ayudas que nos vienen. Y siempre las hay.
El sufrimiento y el llanto también están dentro de un plan, de un orden (dice el poeta León Felipe: Y sé que hay orden en mis lágrimas/ como lo hay en la nube/ en el humo del horno/ y en la sombra del vientre materno.)
En algunos momentos, sentémonos a dialogar con nuestra vida, a darle las gracias, a pedirle explicaciones o a expresarle nuestros temores. Nos sentiremos más relajados y ligeros, como quien siente alivio después de haber puesto las cosas en claro con una persona querida.
En la misma cama dormimos mi vida y yo, con la misma boca rezamos. Tengo que juntar mis fuerzas a las de ella para no andar desorientada y poder vivir en armonía.
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