Vivir sobre la tierra es una aventura continua, que nos da el poder de dialogar de tú a tú con la creación y a la vez de comunicarnos con nuestro ser más íntimo, al que solemos llamar Dios.
Si pensamos que la tierra da vueltas sobre sí misma, y por milagros de la naturaleza, siempre nos sentimos boca arriba, nunca con la cabeza abajo.
Si reflexionamos en cómo estamos formados de campos de energía y relaciones de las moléculas.
Si caemos en la cuenta que la materia del cuerpo tiene la misma composición que la de los astros y las galaxias.
Tenemos muchos motivos, infinitos, para asombrarnos y sentir admiración por todas las cosas creadas, por cada pequeño detalle. Por la belleza que está en la raíz de todo.
La capacidad de asombro nos permite contemplar la vida de otra manera, dejarnos sorprender día a día por los acontecimientos, por la mirada amable, el gesto cercano, la palabra de ánimo.
Somos tan frágiles y a la vez tan fuertes: hay tantas emociones que nos visitan, tanta perfección a la vista.
Cuando tenemos sepultada nuestra capacidad de asombro, pasan por nuestro lado milagros a diario y no giramos la mirada hacia ellos ni nos da saltos el corazón. Pasan desapercibidos.
Imaginemos por un instante, cómo se verá nuestro planeta desde el sol, apenas como una punta de alfiler. Ese sol actúa como un espejo, del que también sale admiración y respeto hacia la persona que le mira agradecida, porque nuestro corazón, enamorado de la creación, tiene el poder de dar vida y sentido.
Todo está perfectamente interrelacionado. El aceite de todo este engranaje es el amor. Y de eso, andamos sobrados, porque hay alguien que ama en y desde nosotros.
Somos la conciencia amorosa del universo, bonito, ¿verdad? Somos la mirada asombrada que hace falta para que lo esencial deje de ser invisible.
El universo, como las personas, tiene un gran mensaje, que hay que aprender a descubrir.
Este mensaje lo capta el que tiene viva la capacidad de sorpresa y no le importa cambiar sus puntos de vista y mirar con ojos nuevos.
Si pensamos que la tierra da vueltas sobre sí misma, y por milagros de la naturaleza, siempre nos sentimos boca arriba, nunca con la cabeza abajo.
Si reflexionamos en cómo estamos formados de campos de energía y relaciones de las moléculas.
Si caemos en la cuenta que la materia del cuerpo tiene la misma composición que la de los astros y las galaxias.
Tenemos muchos motivos, infinitos, para asombrarnos y sentir admiración por todas las cosas creadas, por cada pequeño detalle. Por la belleza que está en la raíz de todo.
La capacidad de asombro nos permite contemplar la vida de otra manera, dejarnos sorprender día a día por los acontecimientos, por la mirada amable, el gesto cercano, la palabra de ánimo.
Somos tan frágiles y a la vez tan fuertes: hay tantas emociones que nos visitan, tanta perfección a la vista.
Cuando tenemos sepultada nuestra capacidad de asombro, pasan por nuestro lado milagros a diario y no giramos la mirada hacia ellos ni nos da saltos el corazón. Pasan desapercibidos.
Imaginemos por un instante, cómo se verá nuestro planeta desde el sol, apenas como una punta de alfiler. Ese sol actúa como un espejo, del que también sale admiración y respeto hacia la persona que le mira agradecida, porque nuestro corazón, enamorado de la creación, tiene el poder de dar vida y sentido.
Todo está perfectamente interrelacionado. El aceite de todo este engranaje es el amor. Y de eso, andamos sobrados, porque hay alguien que ama en y desde nosotros.
Somos la conciencia amorosa del universo, bonito, ¿verdad? Somos la mirada asombrada que hace falta para que lo esencial deje de ser invisible.
El universo, como las personas, tiene un gran mensaje, que hay que aprender a descubrir.
Este mensaje lo capta el que tiene viva la capacidad de sorpresa y no le importa cambiar sus puntos de vista y mirar con ojos nuevos.
2 comentarios:
Ojalá nunca dejemos de ser niños, ojalá nunca nos abandone la "capacidad de asombro".
SONRISAS...
Creo es necesario no ver la educación como un castigo sino como un privilegio, les dejo este link del libro del PhD. Luis Eduardo Guilá Esquivel sobre el Poder Del Asombro
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