Siempre me falta algo cuando no me comunico con lo más íntimo y sagrado de mi persona. Necesito esa conciencia atenta y observadora de los dones que cada instante se hacen presentes, para que yo pueda existir, agradecer y alabar. Para no perderme la auténtica vida.
Siempre me tengo a mano porque yo soy la puerta más cercana al infinito y a los misterios que me rodean y me invaden.
Si hablo conmigo misma con verdad, estoy comunicándome con algo más. Algo que ha tomado mi espacio, mi tiempo y mi voz, y observa el mundo a través de mis ojos y de mi asombro.
Necesito decirme que estoy aquí por alguna razón misteriosa que mis ojos de carne no alcanzan a ver pero mi corazón intuye y agradece. Y saber que todas las ayudas vienen hacia mí y siempre me llega y me inunda la ternura necesaria para el camino.
Ese diálogo profundo conmigo es en realidad diálogo con esa otra dimensión de la misma vida, a la que ponemos el nombre de Dios.
Todo en nuestra vida es trascendente y espiritual porque toda la materia contiene espíritu. Y todo nos adentra de un modo imparable en esa profundidad infinita imposible de definir, que no tiene orillas ni límites. Tan solo la limitamos poniéndole nombre y queriendo definirla, siempre a nuestra imagen y semejanza.
Me muevo entre esas dos dimensiones, lo puedo vivir como dos mundos, pero solo hay una realidad, una experiencia humana que todo lo une, porque soy, y somos, el lugar en el que el todo se manifiesta. Morada y consciencia del universo.
1 comentario:
"Necesito esa conciencia atenta y exploradora de los dones que, a cada instantes se hacen presentes para que yo pueda vivir"
Gracias Conchi.
Publicar un comentario