Nos
hemos subido al pedestal del egocentrismo y ahí nos parapetamos porque nos
sentimos seguros. Tenemos tendencia a pensar que los otros son los que se
equivocan y nosotros los que tenemos la razón. Estamos pendientes de lo que nos
hacen o nos dicen, para quejarnos en cuanto no nos sentimos bien valorados.
Parece que nos gusta sentirnos víctimas.
El
camino interior nos enseña a desaprender conductas de autosuficiencia y
superioridad. Nos hace ver que lo único seguro son los brazos de Aquel que nos
ama infinitamente, todo lo demás es superfluo y transitorio.
Ese
renunciar a sí mismo y dar la prioridad al otro, es lo más costoso que tenemos
que hacer. Parece misión imposible, pero, como ya sabemos, nuestra batalla
diaria no la libramos nosotros solos. Nuestra aventura humana es la misma
aventura divina, y de ahí nos viene la luz y la fuerza necesaria.
Mi
propio corazón es mi terreno de acción, ahí es donde tengo que desactivar ese
mecanismo que me lleva a querer controlarlo todo y me hace creer que estoy por
encima. Dice el Tao: “Aquel que intenta
controlar y emplea la fuerza para proteger su poder va en contra del fluir de
la Vida”.
Hacen
falta entrañas de bondad y corazones tiernos y suaves. Lo rígido se quiebra. La
dureza nos hace daño y no sirve para nada. Por eso, no tengamos miedo de
mostrar nuestra debilidad y pequeñez “No
temamos mostrar nuestra vulnerabilidad, porque es la puerta para poder
recibirnos unos a otros en ese lugar donde la vida se suaviza”. (Mariola
López Villanueva).
Disculpar
siempre. Dialogar siempre. Dejar a un lado mi ego y poder descubrir la
fidelidad de Dios hacia mí, para que brote, como un manantial, mi
agradecimiento.
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