Qué buscamos cuando rezamos, adónde queremos que llegue nuestra oración,
cuál es el mecanismo de las plegarias que recorren este mundo. Qué sabemos
nosotros de los hilos que nos mueven y nos construyen.
Todo, todo, lo ignoramos.
Me sitúo ante el Ser-Dador-de-Vida-y-Alegría y le hablo, igual que me hablo
a mí misma, con el mismo lenguaje. Las mismas palabras me sirven, los mismos
gestos.
Lo que le digo nace en mis entrañas, y en mi torpeza pienso que está bien o
está mal expresado. Pretendo dar buena impresión, quedar bien, ir de listilla.
Cuanto mejor lo exprese, más se me escuchará.
Esto parece ridículo, pero en mi defensa diré: que soy, sencillamente,
humana. Con eso está todo dicho.
Algún día borraré palabras y gestos, búsquedas y cansancios, y me quedaré
tranquilamente mirando mi vida cómo pasa, saboreando y contemplando.
Porque ese Ser-Comunicador-y-Amigo, ya sembró su oración en el universo, y
es la que pretendo atrapar con mi boca y mi persona. Toda la creación es pura
oración, expresión divina.
El peligro mayor es pensar que yo si sé y otros no, que yo sí acierto y
otros se equivocan. Es decir, autoproclamarme juez y pequeño dios sobre la
tierra.
Cuando todo me parece un milagro, algo está sucediendo en mí. El mayor
milagro: reconocer y transmitir la ternura divina. Esa ternura es la Ruah, el
Espíritu, la Madre que está en Dios.
Es necesario que me ponga a la escucha de ella, que está permanentemente
brotando en mi corazón, y para ello, cuidar mi silencio interior, que es mi
templo sagrado.
1 comentario:
Ese peligro que dices es serio.Hay que tener.confianza en uno mismo pero sin competirla, verdad?
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