miércoles, 24 de febrero de 2016

Ser profeta



Ser profeta es decir algo con nuestra vida, es comunicar al mundo que merece la pena vivir. Si el profeta anuncia pero no lo vive, está actuando en falso, es como un ídolo de barro que desaparece en la primera adversidad.
El profeta, pequeño y temeroso como somos todos los seres humanos, se apoya en la divinidad que le impulsa y con fe firme echa adelante consciente de ser un mensajero, un enviado que tiene que comunicar buenas noticias. También para ser profeta hay que sentirse apasionado por estar participando en el proyecto de la vida.
El profeta auténtico puede ser visto como un loco porque muchas veces va a contracorriente, a su aire y a su misión de comunicar claridad y limpieza de intención y eso no suele estar de moda en ninguna época de la historia.
Ese “ser profeta” que está en el ADN de cada uno, noto como se va abriendo paso también en mí. Lo observo en mi empeño en comunicar acerca del misterio de la Vida, en ahondar en mí misma y no guardarme para mí sola las perlas encontradas.
Con la seguridad de que todo lo que me ocurre se enmarca en el plan divino, eso es lo que me da la confianza en cada uno de mis pasos y de mis decisiones.
Anunciadora de una nueva tierra, que ya presiento en mí, animadora y pacificadora, entrenadora o coach que quiere sacar lo mejor de cada uno, corredora de fondo de esta carrera, contemplativa de mis días. Aspiro a ser servidora, amante y amiga de todo lo creado. Quizá me ha sido dada demasiada ambición, porque grande es el cielo que habito y que quiero anunciar con mi vida.
Dice Khalil Gibran, en “El profeta”: “Esta es, en verdad, la hora en que levante mi lámpara, no es mi llama la que arderá en ella. Oscura y vacía levantaré mi lámpara. Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la encenderá.”

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