Vivir la cotidianidad como un don
y un milagro. La vida es gratis, también la ternura, y todo lo que nos sucede a
lo largo del día se enmarca en ese regalo recibido.
Pretendemos vivir de espaldas a la
única Realidad y pensamos que lo que nos ocurre es cosa nuestra, particular, y
que los problemas que se nos presentan los tenemos que resolver con nuestras
propias fuerzas. Dice Etty Hillesum: “Un vislumbre de eternidad se filtra
siempre en mis pequeñas acciones y percepciones cotidianas. No estoy sola en mi
cansancio, enfermedad, tristeza o miedo.”
No nos imaginamos que todo está
orquestado a favor nuestro, y que la misericordia teje continuamente un plan
para que nos volvamos hacia la inocencia, el asombro fecundo y la gratitud.
Desde un corazón agradecido lo
vemos todo distinto, colocamos cada cosa en su lugar, aprendemos a dar
importancia a lo importante y a dejar en un segundo término todo aquello que
nos quiere robar la paz.
Desde ese corazón, siempre merece
la pena vivir porque llevamos la fiesta dentro, la alegría no depende de nada
ni de nadie, nos brota del interior y se queda a vivir con nosotros.
En lo rutinario y en lo cotidiano
hemos de observar con lupa, porque ahí sucede el misterio del amor infinito, y
no nos lo podemos perder.
Por eso, preparemos los sentidos
al máximo, limpiemos el escenario de la vida, estemos atentos a los detalles:
la respiración, los colores, los sonidos que nos llegan, las texturas, las
miradas, las emociones.
La confianza que se nos va
abriendo paso poco a poco en lo cotidiano es el sabor auténtico de la vida.
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