El tiempo pasa vertiginosamente,
ya es por la mañana, ya es por la noche. Ya es lunes otra vez, ya pasó la
semana. No nos podemos dormir pensando que luego irá todo más despacio, que la
calma vendrá después.
Es una constante tanto en los
jóvenes como en los mayores que el ritmo de la vida sea acelerado e incluso
estresante.
Sin embargo, aun en las prisas,
debemos llevar la calma dentro. Cómo se consigue eso. Teniendo muy claro que la
paz interior es nuestra meta y favoreciendo en nosotros todo aquello que nos
acerca a ella.
Yo necesito momentos de soledad,
lectura, meditación, plegaria, también de respirar y sentir la vida. Y
adentrarme, poco a poco pero sin vuelta atrás, en un diálogo que no se
interrumpa en ningún momento con Aquel que tan solo es amor.
Es cierto que la vida es un don
pero también es un deber, exige algo de nuestra parte, le debemos respeto y
amor, por eso tenemos que cuidar nuestra formación. Es un ejercicio continuado
y no nos podemos dormir porque sucede que lo de un día no sirve para el
siguiente.
Es un deber cuidar a los que son
más necesitados, a los enfermos, los niños, los ancianos.
Es un deber disfrutar de la
naturaleza, de los colores, olores, sabores. Todo en este paraíso está puesto
ahí para que lo contemplemos y agradezcamos.
Todos los seres humanos somos
escogidos y llamados a la vida, con algún fin que cada uno descubrirá en su
corazón. Se nos ha dado un universo y una preciosa tierra. Es un deber
inclinarnos ante tanta belleza y expresar con hechos o con palabras: sí, cuenta
conmigo, seré co-creador contigo, enséñame, tú y yo somos uno.
En la precipitación que no me
olvide que el Ser Divino siempre dirige mis pasos hacia él.
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