domingo, 19 de julio de 2015

Sin que nos demos cuenta



Sin que nos demos cuenta cómo, la vida pasa y pasa sin que podamos detener los minutos, los acontecimientos, los inútiles pensamientos. Apenas podemos arañar nada de lo eterno que transportamos, y siempre vamos con ganas. Básicamente somos seres errantes y anhelantes.
Sin saber por qué ni para qué, vivimos, nos alegramos y enfadamos, una y otra vez, y parece que siempre se nos oculte el sentido del existir. Vamos cargados de defectos, de debilidades y contradicciones. Con todo ello caminamos.
Lo que transportamos en nosotros mismos es ese fondo de ternura infinita, que nos atrae día y noche, y al que podemos llamar con mil nombres, hoy le voy a llamar, porque lo acabo de leer: “la madre que está en Dios, la Espíritu”.
Para nuestra peregrinación y nuestro encuentro es importante tener un lugar donde aislarnos y recogernos en silencio, puede ser un rincón de la casa o del cuerpo.
He leído que hay algunas ermitañas urbanas, entre ellas me gustaría incluirme. Buscar un espacio/tiempo en el día o en las madrugadas para retomar el diálogo interior y necesario, para repetir frases consoladoras, elevar plegarias, inventar gestos de gratitud, respirar confiadamente y tomar oxígeno curativo.
Si no existen esos momentos, se reseca nuestra esperanza y vegetamos, sin sentir ni agradecer.
Cada uno que se ocupe de su altar personal, lo que consiga para sí mismo, eso aportará al mundo, a la armonía del universo.
Sin que nos demos cuenta somos ayudados una y otra vez, y parece que no pase nada pero sí pasa: sucede nuestro alumbramiento. No nos lo perdamos, seamos obstinados en querer ver. Para ello disponemos de una pequeña llave a nuestro alcance, es la de la gratitud. Usémosla.

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