domingo, 9 de diciembre de 2012

El universo de dentro


No puedo querer a nadie si no me quiero a mí misma. Si no me cuido, me respeto, me mimo, como recipiente único y sagrado que soy. Como un minúsculo espacio de terreno donde la creación entera ha vuelto a manifestarse.

No puedo aceptar a nadie si no me acepto a mí misma. Aceptarme tal como soy, con lo bueno y lo menos bueno. No ser cruel con mis imperfecciones, con mis debilidades, para poder aceptar de igual modo las imperfecciones de los demás.

Si no me alabo a mí misma no puedo alabar a nadie. Sí, alabarme de corazón, a boca llena, porque nada tengo que no se me haya regalado. Todo es un don.

Mi vida hacia fuera pasa necesariamente por mi vida interior, ahí es donde se fragua mi estar en el mundo.

Tengo un laboratorio interno donde construyo mi universo cercano y lejano. Voy juntando las piezas que son necesarias para mi destino.

Escribí un día: “Camino con el universo dentro, y por fuera nada. Mi destino camina conmigo, mis pasos le alcanzan... Todo lo llevo dentro, y con mis manos atravieso cuerpos, que también son universos”.

El mismo límite que pongo yo a los demás es el límite que los demás me ponen a mí. Me encuentro con lo que yo siembro. Este es un descubrimiento trascendental, porque me hace ver las cosas como son, sin tergiversar ni manipular nada.

Cuando no pretendo llevar las riendas de nada es cuando tengo más poder sobre todas las cosas. Es el poder que da el amor, es la autoridad de la armonía en nuestras vidas, ella es la que manda y organiza. La que realmente hace avanzar el mundo a través de un camino de sombras y de luces.

Somos poderosos porque se nos ha dado admirar la creación de la que formamos parte. Tenemos conciencia para agradecer, eso es lo que nos hace diferentes, humanos.

También somos creadores porque el Ser Divino hace su obra a través de nosotros.

Si no veo a Dios en mí misma, no lo podré ver en nada ni en nadie. Si no sorprendo en mí su presencia, su ternura extrema, su paciencia, y sus correcciones, tampoco podré apreciarlas en todo cuanto me rodea.

Tan solo se me pide una adhesión a un plan eterno y perfecto. No es tan difícil. Solo tengo que decir: Amén.

Hago mías las palabras del Magníficat:

“Mi alma alaba la grandeza del Señor,

Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,

Porque Dios ha puesto sus ojos en mí,

Su humilde esclava,

Desde ahora me llamarán dichosa,

Porque el Todopoderoso

ha hecho en mí grandes cosas.

¡Santo es su nombre!”

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