Yo soy de Dios. Y de nadie más. Es mi lugar, la intención que me guía, la vida que me acoge, la fuerza que me hace ser persona. Es mi todo y mi yo auténtico.
Recuerdo una vez, en una reunión de amigos, sin venir a cuento, mi marido dijo: “yo a mi mujer no la quiero”. Hizo una pausa, y nos quedamos todos callados, yo era la más tranquila porque sabía que no era cierto, pero no tenía ni idea de por dónde iba a seguir. Después dijo: “yo solo quiero a Dios”. Hizo otra pausa, todos callados. Continuó: “y mi mujer es Dios para mí”.
¿Se puede expresar más bellamente y más claramente? ¡No! Yo, que soy olvidadiza y no recuerdo bien las cosas, me acuerdo exactamente de ese instante y de cada una de las palabras. Tienen mucha sustancia, mucha miga. Están impregnadas de la sabiduría que da la fe. Mi marido es mi primer maestro, lo sigo afirmando.
Si todo es Dios para nosotros, con qué respeto y entusiasmo lo trataremos. Con qué humildad y reverencia. Necesariamente cambia nuestra perspectiva, se transforma nuestro ser y vivimos en un continuo descubrimiento, en una aventura infinita y gozosa. Entonces ya no hay ratos aburridos, ni personas odiosas, ni situaciones antipáticas. Nuestra visión transformada transforma la realidad, o mejor, le quita el velo a lo humano y queda al desnudo lo divino.
Y eso precisamente es el Reino de Dios de los evangelios, que está entre nosotros ya, abriéndonos sendas de magia y emoción.
Todo lo que me sucede, interna y externamente, es Dios para mí, por lo tanto vivo en un bombardeo continuo de mensajes de amor dirigidos a mi persona, y yo reflejo ese amor y lo transmito, porque el amor no puede estar parado ni estancado. Servimos a los demás, el amor sucede en movimiento: dando y recibiendo.
Esa es la enseñanza de mi marido con aquellas frases: que todo es de Dios y todo es Dios. Y así cambia necesariamente mi estar en el mundo, se hace enorme mi pequeña existencia.
Mis hijos son Dios para mí, también toda la gente que me rodea, y mi trabajo, y mi persona. Cuando esto lo siento plenamente, se ilumina mi parcela de vida, se enciende mi fuego secreto.
“He venido a encender fuego en el mundo”. (Lc 12, 49)
Poco antes de morir mi marido, mi hija nos hizo esta foto de las manos unidas. Ahora es mi foto preferida y la quiero compartir con todos vosotros.
1 comentario:
Una foto que dice mucho... Afortunados los que compartimos pequeñas charlas con tu marido, una persona entrañable. Besos, hormiguita
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