Tengo 61 años, soy profesora por vocación, amante de mi profesión. Madre de un hijo y una hija, con una “nieta añadida” de 6 años. Ellos son mis grandes tesoros. Mi marido ha muerto hace 5 años, y ahora vive en mí, y es el “culpable” de toda mi movida, porque él es un gran creyente, un amante de Jesús, y ha ido transmitiéndome a mí, que no he sido nunca muy convencida, todo su entusiasmo en este tema.
En los últimos años juntos, oyéndome unos comentarios, dijo: “¡mi mujer es mística!” Lo dijo con admiración y cariño. Porque debo decir que estuvimos enamorados en los 28 años que vivimos juntos, y lo seguimos estando, cada día un poco más. El amor es imparable.
Mi marido fue el primero que vio mi transformación, el que me daba lecturas y me animaba en todo.
Me levanto todos los días a las 6 de la mañana. Y rezo. Abro la Biblia al azar, miro lo que me dice mi Dios, lo apunto, lo medito, doy gracias. Cuando cierro la Biblia, le doy un abrazo y un beso, ahí está la palabra divina que se dirige a mí, y le pido, en voz alta o de corazón, abrazada a ella, que entre por mis ojos, mis oídos, mi piel, todo mi ser. Los gestos son muy importantes: los abrazos y las caricias son esenciales.
Leo frases de los autores que más me gustan, y a los que vuelvo una y otra vez: E. Hillesum, W. Jäger, T. Merton, M. Delbrêl. También voy descubriendo otros que me van apasionando: J. Chittister, M. Melendo, M. Márquez, L. Évely.
A veces escribo en ese rato las palabras que me dicta mi Fuente.
Le robo horas a la noche de madrugada, aunque luego acabe el día muerta de sueño. Mi jornada es larga, atiendo a muchas cosas, que me gustan, y acabo a las 10 de la noche, después de dar clases de nuestro idioma a chicos y chicas inmigrantes, en una parroquia alejada de mi casa. Les enseño a leer y escribir.
Necesito madrugar para reconstruirme todos los días, para vislumbrar que estoy aquí por algo, para algo, y para comprobar, gozosamente, que soy amada hasta el infinito.
Y con esa fuerza, comienzo mi jornada.
Me dicen que soy optimista, que siempre veo el lado bueno de las cosas. ¡Por supuesto! El secreto está en que riego el arbolito de mi interioridad todas las mañanas y eso es lo que me hace elegir la bondad en cualquier circunstancia. Otra cosa, no tendría sentido.
Luego, a lo largo del día, hay preocupaciones que me quieren atrapar en sus redes, pero yo tengo el escudo de la confianza y sé que cuanto emprenda irá bien, porque “soy un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo, jamás se marchitan sus hojas, y todo lo que hace le sale bien”. (Sal. 1)
2 comentarios:
Eres entrañable, hormiguita.
El mayor tesoro de mi vida sois papá y tú. Soy muy afortunada. Me encantaría llegar (aunque fuera un poquito) a ser lo que los dos sois, fuentes de agua y luz. Necesitaré toda mi vida para aprender todo de vosotros.
Os quiero se queda corto.
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