miércoles, 7 de diciembre de 2011

Amén


Pertenecemos a Dios. Somos libres.

A veces creo que soy una “rara avis”, empeñada en pregonar, predicar, profetizar, gritar al mundo que somos amados.

Vaya por delante que yo no sé nada. Que soy una “mandá.” Que estoy escribiendo esto y no sé qué voy a poner en la línea siguiente. Que no me atribuyo ningún mérito, que tan sólo presumo de Dios en mí y en todo cuanto existe.

Por más que creamos o tengamos fe, no se nos acaban los problemas, las pruebas, las enfermedades. Aunque es cierto que los encaramos de otra manera.

Lo que no puede ser es: si me va bien, confío; si me va mal, rompo la baraja. No. No se trata de jugar a “ser un pequeño rey en mi territorio”. Las normas que reinan no son las mías sino que son las del amor.

No podemos estar a merced de los contratiempos, grandes o pequeños, que se nos cruzan en el camino y que nos van desmoralizando y destruyendo. Hay que liberarse de altibajos que nos desequilibran, desembarazarse de lo que nos aparta de nuestra esencia, de nuestra propia estabilidad. Me viene a la cabeza con frecuencia, y quizá lo he escrito alguna vez, lo que decía Simone Weil: “Lo único que importa es el contacto con Dios, ya sea en la alegría o en la tristeza.”

Nos olvidamos de eso, y nos erigimos en nuestros propios dioses. Idolatramos lo pasajero, lo superficial. Y ante cualquier contrariedad le pedimos cuentas al Único-que-sabe-y-ama.

Una y otra vez le damos la espalda a nuestro Creador, y una y otra vez la Paciencia Infinita nos tiende su mano. ¿Quién lleva las de ganar en este equilibrio de fuerzas? ¿Cómo puede dudarlo nadie?

Estamos dentro del Amor, respiramos en él, lloramos en él, nos desesperamos en él. Somos insignificantes gotas en un Océano-Dios que es nuestra casa. Levantemos la mirada y veámoslo. Porque en el momento que lo vemos se desmoronan todos nuestros temores. Todos. Nos sabemos protegidos, arropados. Y vemos cómo, sin que haga falta nuestra intervención, la vida va sorteando y solucionando dificultades.

Aférrate a tu confianza como tu mayor tesoro, el mayor regalo que has recibido. Créete que eres parte de las aguas divinas, y que en esas mismas aguas está la medicina curativa para todo tipo de males.

Pertenecemos al Océano. Ejercemos nuestra libertad cuando nos sumergimos conscientemente en su voluntad amorosa. Cuando decimos: Amén.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quito el sombrero, hormiguita. SONRISAS.

Anónimo dijo...

Te admiro por la Fe que profesas...
Vives inmersa en una Confianza ciega...
Amas la vida, desde la Esperanza que te envuelve...
Rodeas a los tuyos en un Amor infinito...
Sigues el Camino, desde la Luz que te ilumina...
Un abrazo muy fuerte, querida Conchi

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