La libertad interior no tiene límites y es nuestra aliada, nos hace sentir que vamos por buen camino, que nos estamos realizando como seres humanos. En cambio los patrones sociales son rígidos, a veces son cárceles.
Son muy duras las etiquetas que nos colgamos unos a otros, son muy crueles. Eso sucede, por ejemplo, todas las veces que comparamos a los hijos, si decimos cuál es el más guapo o el más listo, sin duda al que no nombramos se sentirá para toda la vida feo y torpe. Y eso es una realidad. Conozco mucha gente mayor que aún arrastra el trauma de sentirse como el patito feo, y dicen: yo no soy listo, el que era listo es mi hermano. Las comparaciones son muy perjudiciales.
Si no comparamos, nadie se siente inferior o torpe.
Si queremos sacar lo mejor de nosotros mismos, hay que abandonar los juicios negativos sobre nuestra persona, unos afectan a lo físico, otros a lo psíquico.
Si no quitamos todos los impedimentos no podemos acceder a nuestro espacio de libertad interior, porque nos sentiremos limitados, incapacitados, inútiles.
Nuestro interior auténtico es de una belleza increíble, es ahí donde se quitan todos los miedos y habitamos con nuestro misterio, donde escuchamos el sonido de la paz y brota el amor. Pero para llegar ahí necesitamos estar libres de ataduras y de prejuicios.
Somos guiados en este recorrido interno hacia la libertad, no estamos abandonados en el universo, todas las fuerzas se alían a nuestro favor, y nos tienden la mano.
Nuestra auténtica misión se nos revela a lo largo de nuestra vida. Y para esa misión tenemos que ser personas libres y verdaderas.
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