domingo, 2 de mayo de 2010

La obediencia


“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”(Hechos 5)
¿Y cómo sabemos distinguir exactamente los mandatos que vienen de Dios de los que vienen de los hombres?
¿Con qué bisturí finísimo podemos separar lo humano de lo divino? ¿En qué punto se separan o se encuentran?

La divinidad se ha metido dentro de los corazones humanos y se pasea por la tierra con cuerpos y con rostros. Y nos abraza desde dentro.
Ese abrazo íntimo, cuando nos damos cuenta de él, es nuestro mayor gozo.

Para obedecer a Dios sólo tenemos que meternos en nuestro interior y escucharnos a nosotros mismos, porque él ha puesto su palabra y su sabiduría en nuestro corazón. “Yo pondré mi ley en su interior, y sobre sus corazones la escribiré” (Jr 31, 33).
Y si tenemos el interior demasiado revuelto y no nos llega su voz, conviene vaciarlo de cosas inservibles para poder llegar hasta las aguas limpias que nos habitan en lo más hondo.
Nada está perdido, siempre tengo libertad para elegir, para apartar las actitudes que me hacen daño, y avanzar hacia mi propia estabilidad.

Obedecer a Dios es quererme, y, como prolongación natural de ese mismo amor, querer a los demás.

Contamos con infinitas ayudas que siempre nos llegan como maná. Muchas veces nos sentimos asombrados y agradecidos al experimentar que nuestra vida no es puro azar sino que le importamos infinitamente a alguien.

Obedecer a Dios es trabajar para la paz de su casa: el universo interior y exterior.
Sólo los seres humanos tenemos la opción de la desobediencia, porque se nos ha regalado libertad. Las piedras no pueden plantearse desobedecer, nosotros sí.
Pero no hay que angustiarse por si tomamos decisiones equivocadas, porque nuestro Padre es el más amigo de todos los amigos, y el más amante de todos los amantes, y por ello, el más olvidadizo de nuestras pequeñas o grandes desobediencias.

Cada uno, que obedezca según su nivel de conciencia, de confianza. Con su historia particular y con sus cambiantes estados de ánimo, que cada cual camine por su sendero, dejando a un lado lo que le molesta, lo que no le deja ser persona en plenitud, en obediencia.

No nos metamos en si los otros obedecen o no. Miremos nuestro corazón y, ahí, busquemos la mirada de Dios. Eso es obedecer.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Feliz día de la madre, Conchi! Porque eres una gran madre.
Un beso, hormiguita

Unknown dijo...

Hermosa definición de obediencia
Siempre es un regalo visitarte
Un abrazo de Al + Mc

Noemi dijo...

Bendiciones, un saludo desde El Salvador Centroamerica, aprovecho para compartirte mi testimonio de sanidad para la gloria de Dios en mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

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