La paz es un don que para salir a la luz depende de nuestra respuesta afirmativa, necesita nuestro “sí” y nuestro cuidado. Es algo que ya está dado y nos necesita para salir al mundo, para hacerse camino en el barullo de las ciudades o en los senderos solitarios del alma.
Somos guardianes de ese tesoro que actúa en el mundo y es tan imprescindible como el aire y el oxígeno.
Cuando se ha saboreado la paz, cuando se disfruta su compañía, comprendemos que no se puede vivir de otra manera. Porque realmente no vivimos en su ausencia.
Vivir con paz o con miedo. “No temáis”, es el mensaje bíblico repetido una y otra vez, porque es lo que más necesitamos oír.
Es importante rescatar todas las palabras y los gestos de paz que nos habitan, porque son el mismo cielo, transportado en nuestra frágil vasija humana.
La paz está hermanada con la alegría y con la paciencia, es puerta siempre abierta al encuentro y al diálogo. Es impulso suave que nos lleva a vivir de verdad. Somos paz, es lo más hondo y auténtico que llevamos en nosotros.
Esa es la misión que nos trae hasta aquí: ampliar la paz del mundo, tan solo entrando en nosotros y quitando obstáculos a nuestra propia paz, y facilitando encuentros plenos de armonía y cordialidad.
La oración de san Francisco de Asís: “Haz de mí un instrumento de tu paz”, nos dice cómo sembrarla, mediante amor, esperanza, luz, alegría. Ese es el camino.