Todos somos enviados y tenemos mensajes que entregar. De parte de todo lo creado hablamos, nos pasamos el testigo de lo que ha sido revelado, aún sin saberlo ni darnos cuenta en tantas ocasiones. Le damos voz a lo que no se puede expresar en palabras, le ponemos rostro a lo que es invisible.
Somos mensajeros elegidos, y estamos aquí el tiempo necesario para entregar el mensaje que llevamos tatuado en nuestro ser. Cada momento de nuestra existencia, cada suspiro es necesario. Lo importante es ser capaz de confiar en cada etapa, en cada recodo del camino.
Para cada uno hay un proceso, un camino, unos pasos, un tiempo oportuno. “El hombre hace muchos planes, pero solo se realiza el propósito divino.” (Pr 19,21).
Nos quitamos un gran peso de encima cuando aprendemos a no andar angustiados con preocupaciones y dejamos atrás la ansiedad por lo que podría pasar. Cada día tiene su afán, dice la cita bíblica. Puede que esto no sea fácil, todo requiere una práctica.
Para entregar el mensaje tenemos que estar en armonía con nosotros mismos, cuidar la calma y la paz interior, para poder descubrir la plenitud que somos y darnos cuenta de todo lo que cada día nos llega como regalo.
Siempre es el momento de empezar a agradecer y celebrar el estar aquí. Y esa celebración no es secundaria ni transitoria, llega para quedarse, porque por fin hemos encontrado la perla preciosa de la que tanto se nos ha hablado.
Que en cada momento seamos capaces de cuidarnos y cuidar la tierra, nuestra casa, para poder entregar todos los mensajes de calma y de esperanza, que llevamos depositados en nuestro corazón.